sábado, 4 de octubre de 2014

El Samurái Vencido *


El joven Cheng vivía en una pequeña aldea a corta distancia del pueblo donde trabajaba como aprendiz en la tienda de un próspero artesano. 
Todos los días, para dirigirse a su trabajo, debía atravesar un arroyo salvado por un pequeño puente y cuyo paso era obligado.
Cierto día, mientras el joven Cheng se hallaba de regreso es interceptado al pie de aquel puente por Samisha el más bravo y célebre de todos los samuráis y lo desafía de este modo:

 -No volverás a cruzar este puente a menos que logres enfrentarte a mi espada

El atemorizado joven le ruega al aguerrido samurái que le permita consultar a su Maestro antes de batirse en lucha con él. 
El Maestro luego de escuchar el relato del joven Cheng le dice que nada puede hacerse al respecto ya que Samisha era el más imbatible de todos los guerreros, y además el paso por aquel puente era un tránsito obligado. 
Sin embargo el joven insiste en tomar algunas clases para adquirir la destreza con la espada.

-Nada podrás conseguir

 Dice el Maestro, 

-y aunque el más sabio te instruya en el arte de la lucha, dado el breve tiempo del que dispones jamás podrás aventajar a Samisha en el combate, debes aceptar tu destino.
Toma esta espada, colócate frente a él blandiéndola en alto y muere al menos con dignidad, nada tienes que temer ya que tu muerte es segura.

El resignado joven viendo que no tenía escapatoria acepta su destino y decide seguir las instrucciones de su Maestro. 
A medida que se acercaba al lugar fijado para el combate, el joven podía divisar la figura del bravo samurái equipado con la armadura y espada recortándose amenazante al pie del puente donde lo estaba aguardando. 
Ya frente al bravo samurái y sin mediar palabra, el joven Cheng desenvaina su espada empuñándola firmemente con ambas manos, separa sus piernas buscando un apoyo firme, inclina la cabeza para recibir el filo cortante, cierra sus ojos encomendándose a su destino y aguarda que el acero frío y filoso finalmente descienda sobre su cabeza.
Luego de algunos tensos segundos, inopinadamente, lejos de sentir el frío del acero, oye el ruido metálico de la espada que es arrojada al puente. 
El samurái al ver su decisión y firmeza le dijo:

-Jamás en mi historia de guerrero he visto que alguien me enfrentara con semejante valor. Y nadie es capaz de tanta serenidad en el combate a menos que sea decididamente el  más diestro. Tú eres el más bravo guerrero que jamás haya conocido, de modo que no me enfrentaré contigo. Puedes irte.


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