Aquel hombre quiso saber a dónde llegaban las aguas de una
corriente subterránea que había descubierto, de modo que echó en el agua unos
polvos de fuerte tinte que llevaba, color de bermellón.
Por ninguna parte salieron las aguas así coloreadas, y por
eso al cabo de algún tiempo el hombre se olvidó de la cuestión.
Cierto día el hombre partió a un viaje muy largo.
Fue a dar en sus andanzas al otro lado del mundo.
Y una tarde, en un país remoto, cuando el hombre estaba en
un lejano bosque, sentado a la vera de un pequeño manantial, las aguas de esa
fuente comenzaron a salir pintadas por el color que hacía muchos años él había
puesto en aquel río subterráneo.
Armando Fuentes Aguirre
Igual sucede con los actos nuestros.
No sabemos cómo ni cuándo habrán de manifestarse,
y cuáles serán sus consecuencias.
Debemos cuidar por eso el color de nuestro río
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