Hace mucho tiempo un hombre fue a ver
a mi maestro y, llorando, le dijo:
- Señor, he notado que, desde hace
algunos años he perdido la ilusión de vivir. Ya nada me apasiona, nada me
inspira, no tengo nada que me haga levantar cada mañana, la angustia me invade
ya no puedo más. ¡Usted es mi última esperanza! Por eso he venido a preguntarle
qué puedo hacer.
A lo que mi maestro contestó:
- Te equivocas de persona. Realmente
a quien debes buscar es al niño que fuiste para preguntarle a él qué es lo que
le hacía feliz. Desafortunadamente, con los años nos vamos olvidando de los
sueños que teníamos cuando éramos pequeños, y junto con ellos, dejamos además
abandonada nuestra inocencia por el camino, la cual sigue esperando
pacientemente que volvamos a buscarla. Intentando tapar ese hueco vacío que
hemos dejado en el alma, tratamos llenarlo con las cosas de este mundo, pero la
felicidad real no pertenece a este mundo, por eso sufrimos, porque lo que
metemos en el alma no es capaz de calmar nuestra sed, sino más bien todo lo
contrario. Siempre nos deja más sedientos. Hijo mío, la felicidad no entiende
otro lenguaje más que el de la inocencia. Por tanto, ¿cómo podrías ser feliz
habiendo olvidado el lenguaje de la felicidad? Entiende de una vez que solo el
niño que fuiste tiene las respuestas que buscas. Solo el niño que fuiste podrá
ayudarte a encontrar el País de Nunca Jamás.
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