Los
seres humanos necesitan que los alienten.
Sentir
la calidez de la aprobación, aumenta la confianza en sí mismo.
En
la persona cuya autoestima se ha elevado, se obra una especie de milagro.
Repentinamente
le caen mejor los demás y se hace más amable y solidaria, con quienes le
rodean. El elogio, también contribuye a suavizar los inevitables roces de la
convivencia cotidiana.
Una
buena y saludable vida familiar se nutre de ellos.
Los
niños, en especial, están deseosos de reconocimiento y aprecio.
Una
joven madre contó ésta anécdota:
-"Mi
hijito se porta mal a menudo, de manera que debo regañarlo. Pero un día su
conducta fue especialmente buena, sin embargo esa noche, después de acomodarlo
en su cama y al bajar por las escaleras lo oí llorar: fui a verlo, y lo
encontré con la cara hundida en la almohada.
Entre
sollozos me preguntó si no había sido un buen niño.
-La
pregunta me traspasó como un puñal -agregó
la madre- nunca había dudado en corregirlo cuando hacía algo malo; pero cuando
se portó bien, ni siquiera lo noté.
Lo
había mandado a dormir sin darle una palabra de reconocimiento."-
EL
ELOGIO hace que la gente, dé lo mejor de sí, pero quien lo da siente también la
satisfacción de haber creado en el otro un especial estado de ánimo, de la
misma manera como:
"...
las flores dejan siempre parte de su fragancia en la mano de quien las
ofrece".
Gottfried Von Kronemberg
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