¿En la soledad está la libertad?
En la soledad está la vida.
En no aferrarse está la decisión de fluir
libremente, de disfrutar, gustar y saborear cada nuevo instante de la vida; una
vida que ahora es mucho más dulce, porque ha quedado libre de la inquietud, la
tensión y la inseguridad; libre del temor a la pérdida y a la muerte que
siempre acompaña al deseo de permanecer y de aferrarse.
Tenemos una libertad que nos proporciona
independencia, racionalidad y capacidad crítica.
Sin embargo, nos sentimos solos y aislados
ante este mundo globalizado que, aunque nos ofrece muchos medios que facilitan
la libertad de elección y comunicación, nos atemoriza y nos sentimos impotentes
ante todos los desafíos que ello implica.
Nos sentimos fascinados por la libertad
creciente que adquirimos a expensas de recursos, comodidades y poderes
exteriores, y nos cegamos frente al hecho de la restricción, angustia y miedo
interiores.
El sentirse solo genera una angustia que a
veces resulta insoportable.
Tenemos la alternativa de huir de la
responsabilidad que nos ofrece la libertad, generando diferentes formas de
dependencia y sumisión, o bien progresar hasta la completa realización de la
libertad, alcanzando la plenitud y el desarrollo personal, y disfrutando de una
soledad en plenitud.
Los seres humanos necesitamos relacionarnos
con el mundo exterior y así evitar el aislamiento y la soledad.
No es posible que un ser humano esté solo en
una isla.
Incluso en los días en que había muchos monjes
y monjas separándose de la sociedad, la sociedad les daba apoyo, con lo cual no
estaban totalmente aislados.
A veces nos aislamos por miedo a los demás, a
ser heridos, a ser diferentes, a ser rechazados, entre otros miedos.
Cuando nos aislamos, corremos el riesgo de
vivir un desequilibrio interno o una desintegración mental.
El problema no es tanto la soledad física,
sino la soledad moral.
Uno puede estar solo en el sentido físico pero
tener un mundo interno rico espiritualmente y estar relacionado con ideas,
valores o, por lo menos, normas sociales que le proporcionan un sentimiento de
conexión y "pertenencia".
Por otra parte, puede vivir entre la gente y
dejarse vencer por un sentimiento de aislamiento total debido a su falta de
conexión con valores, símbolos o normas debido a su incapacidad de comunicación
y a su sentimiento de debilidad, angustia e impotencia.
No es tanto el estar con gente lo que nos
ayuda a superar el sentimiento de soledad sino que cuanto mayor es la conexión
que se basa en valores y contenidos espirituales, más se siente pertenecer a la
familia humana y a la comunidad global.
Personas religiosas, artistas y escritores,
entre otros, aman la soledad, pero no se sienten solos: están unidos a otras
personas por unas creencias, símbolos o valores.
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