En el principio, el Águila y el Cóndor compartían el cielo y la fuerza del
viento para impulsar sus alas.
Era una convivencia armoniosa, como la del Sol y la Luna.
Fuerzas exteriores a ellos dos, los separaron, enemistándolos.
Desde entonces, demarcaron cada uno su territorio en el aire.
Así, los pueblos que antiguamente vivían de fiesta y en paz, se volvieron
desconfiados, se fueron separando, dejaron de conversar con los Espíritus de la Naturaleza y cada vez
les fue más difícil escuchar la música de la Tierra.
Un día el Águila y el Cóndor volverán a encontrarse, a volar juntos, curando
sus heridas con las lágrimas lloradas.
Así los pueblos compartirán sus danzas, cosecharán sus frutos, y otra vez
conversarán con las montañas, lanzarán sus sueños a las estrellas y sonará la
música de la mamapacha, en un concierto infinito a la vida y a la Naturaleza.
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