Cartas De Krishnamurti
A Una Joven Amiga: Afortunado El Hombre Que NADA Es.
Sea dúctil mentalmente. El poder no radica en
la firmeza y en la fuerza, sino en la flexibilidad. El árbol flexible
aguanta el ventarrón. Adquiera el poder de una mente rápida.
La vida es extraña, tantas cosas ocurren
inesperadamente; la mera resistencia no resolverá ningún problema. Uno
necesita tener infinita flexibilidad y un corazón sencillo.
La vida es el filo de una navaja y uno ha de
recorrer ese sendero con cuidado exquisito y dúctil sabiduría.
La vida es muy rica, tiene tantos tesoros, y
nosotros la afrontamos con los corazones vacíos; no sabemos cómo llenar
nuestros corazones con la plenitud de la vida. Somos pobres internamente,
y cuando se nos ofrecen riquezas, las rechazamos. El amor es algo
peligroso, trae consigo la única revolución que da completa felicidad. Y
así muy pocos de nosotros somos capaces de amar, pocos queremos amar.
Amamos en nuestros propios términos, haciendo del amor una cosa
comerciable. Tenemos la mentalidad mercantil y el amor no es comerciable,
no es un asunto de toma y daca. Es un estado del ser en que se resuelven
todos los problemas humanos. Vamos al pozo con un dedal, y así la vida se
vuelve una cosa vulgar, pequeña y mezquina.
¡Que exquisito lugar podría ser la tierra, con
tanta belleza como hay, tanta gloria, tanta imperecedera hermosura! Estamos
atrapados en el dolor, y no nos importa poder salirnos de él, aun cuando
alguien nos esté señalando una salida.
No sé, pero uno está ardiendo de amor. Hay
una llama inextinguible. Uno tiene tanto de ese amor que desea darlo a
todos, y lo hace. Es como un río poderoso que fluye, nutriendo y regando
cada ciudad y aldea por las que pasa; se contamina, la suciedad del hombre
entra en él, pero las aguas se purifican pronto y rápidamente prosigue su
curso. Nada puede estropear el amor, porque todas las cosas se disuelven
en él -las buenas y las malas, las feas y las bellas. Es la única cosa
que tiene su propia eternidad.
¡Los árboles se veían tan majestuosos, tan
extrañamente impenetrables a las calles asfaltadas y al tráfico! Sus raíces se
hundían muy abajo, en lo profundo de la tierra, y sus copas se alargaban a los
cielos. Nosotros tenemos nuestras raíces en la tierra, y tiene que ser
así, pero nos adherimos a la tierra; sólo unos pocos se elevan a los cielos. Son
las únicas personas creativas y felices. Las demás se destruyen y se
dañan unas a otras sobre esta tierra tan hermosa -con injurias y también con
habladurías-.
Sea abierta. Viva en el pasado si tiene que
hacerlo, pero no luche contra el pasado; cuando el pasado llega, mírelo; no lo
aparte de sí ni se aferre a él demasiado. La experiencia de todos estos
años, el dolor y la felicidad, los desastres lamentables y los destellos que en
usted suscitó la separación, la sensación de lejanía, todo esto habrá de enriquecerla
y agregará belleza a su vida. Lo que importa es lo que tiene usted en su
corazón; y puesto que eso desborda, lo tiene todo, usted es todo.
Esté alerta a todos sus pensamientos y
sentimientos, no deje que ninguno de ellos se escabulla sin que usted lo
advierta y absorba su contenido. Absorber no es la palabra, sino ver, ver
todo el contenido del pensamiento-sentimiento. Es como entrar en una
habitación y ver todo el contenido de la misma de una sola vez, su atmósfera y
sus espacios. Ver los propios pensamientos y estar atento a ellos, lo
vuelve a uno intensamente sensible, flexible y alerta. No juzgue ni
condene, sólo esté muy alerta. De la separación de las impurezas, surge
oro puro.
Ver “lo que es” resulta muy arduo. ¿Cómo observa
uno claramente? Un río, cuando se encuentra con una obstrucción, nunca está
quieto; el río demuele la obstrucción por su propio peso, o pasa por encima de
ella o encuentra su camino por debajo o alrededor del obstáculo; el río nunca
está quieto; no puede sino actuar. Se rebela, si podemos expresarlo así,
inteligentemente. Uno debe rebelarse inteligentemente y aceptar
inteligentemente “lo que es”. Para percibir “lo que es”, tiene que
existir el espíritu de la rebelión inteligente. A fin de no confundirse,
se necesita cierta inteligencia; pero uno está generalmente tan ansioso por
conseguir lo que desea, que se arroja contra el obstáculo; o se destroza contra
él o queda exhausto en su lucha contra él. Ver la cuerda como cuerda no
requiere valor, pero confundir la cuerda con una serpiente y luego observar,
eso sí que requiere valor. Uno tiene que dudar, investigar siempre, ver
lo falso como falso. Uno obtiene el poder de ver claramente, mediante la
intensidad de la atención; verá usted que ese poder llega. Hay que
actuar; el río jamás deja de actuar, está siempre activo. Para actuar,
uno tiene que hallarse en estado de negación; esta negación misma trae su
propia acción positiva. Pienso que el problema es ver claramente;
entonces esa percepción misma es la que genera su propia acción. Cuando
hay flexibilidad, no existe el problema de acertar o equivocarse.
Uno tiene que estar muy claro internamente.
Le aseguro que entonces todo saldrá bien; sea clara y verá que las cosas
se ordenan correctamente por sí mismas sin que usted haga nada al respecto.
Lo correcto no es lo que responde a nuestros deseos. Tiene que haber una
completa revolución, no sólo en las grandes cosas, sino en las pequeñas cosas
de todos los días. Usted ha tenido esa revolución, no vuelva a lo de
antes, manténgase ahí. Mantenga la caldera hirviendo-internamente.
Espero que haya pasado una buena noche, que la
salida del sol a través de su ventana haya sido agradable, y que pueda ver
apaciblemente las estrellas nocturnas antes de ir a dormir. Qué poco
conocemos del amor, de su extraordinaria ternura y de su “poder”, con qué
facilidad usamos la palabra amor; la usa el general, la usa el carnicero; el
hombre rico la usa y la usan el muchacho y la muchacha. Pero ¡qué poco
saben de él, de su inmensidad, de su condición inmortal e insondable! Amar es
percibir la eternidad.
Qué cosa extraordinaria es la relación, y con qué
facilidad caemos en el hábito de una relación particular, donde las cosas se
dan por sentadas, donde se acepta la situación y no se tolera variación alguna;
no se da cabida a ningún movimiento hacia la incertidumbre, ni siquiera por un
segundo. Todo está tan bien regulado, asegurado, sujeto, que no hay
oportunidad ninguna para la frescura, para un claro soplo revivificante de primavera.
Esto y más es lo que llamamos relación. Si observamos atentamente,
vemos que la relación es algo mucho más sutil, más rápido que el relámpago, más
inmenso que la tierra, porque la relación es vida. Nuestra vida es conflicto.
Nosotros queremos hacer de la relación algo tosco, rígido y maniobrable.
Y así pierde su fragancia, su belleza. Todo esto surge porque no
amamos, y el amor, es, desde luego, lo más grande de todo, porque en él tiene
que existir la completa entrega de uno mismo.
Lo esencial es la cualidad de lo fresco, de lo
nuevo, o de lo contrario la vida se convierte en una rutina, en un hábito; y el
amor no es un hábito, una cosa aburrida. La mayoría de la gente ha
perdido la capacidad de maravillarse. Lo da todo por hecho, y este sentido
de seguridad destruye la libertad y la sorpresa de la incertidumbre.
Proyectamos un futuro muy distante, lejos del
presente. La atención necesaria para comprender, está siempre en el
presente. En la atención siempre existe un sentido de inminencia.
Tener claridad con respecto a las propias intenciones implica una tarea
muy ardua; la intención es como una llama, instándolo a uno
incesantemente a comprender. Sea clara en sus intenciones y verá que las
cosas salen bien. Tener claridad en el presente es todo lo que se
necesita, pero no es tan fácil como suena. Uno tiene que desbrozar el
campo para la nueva semilla, y una vez que ésta se planta, su propia fuerza y
vitalidad crean el fruto y la semilla siguiente. La belleza externa
jamás puede ser permanente, se estropea siempre si no existe el deleite y la
dicha internos. Nosotros cultivamos lo externo, y prestamos muy poca
atención a lo que ocurre bajo la piel; pero lo interno se impone siempre a lo
externo. Es el gusano dentro de la manzana el que destruye la frescura de
la manzana.
Se requiere gran inteligencia para que un hombre y
una mujer que viven juntos se olviden de sí mismos, no se sometan el uno al
otro ni se dominen mutuamente. La relación es la cosa más difícil que hay
en la vida.
Qué extrañamente susceptible es uno a una
atmósfera; necesita un ambiente amigable, un sentimiento de atención cálida en
el cual pueda florecer libre y naturalmente. Muy pocos tienen esta
atmósfera, por eso casi todos están empequeñecidos, tanto en lo físico como en
lo psicológico. Estoy muy sorprendido de que usted haya sobrevivido sin
corromperse en esa atmósfera peculiar. Uno puede ver por qué no fue usted
totalmente destruida, por qué no se manchó ni se doblegó; en lo externo se
adaptó lo más rápidamente que pudo, y en lo interno se adormeció. Es
esta insensibilidad interna la que la salvó. Si se hubiera permitido ser
sensible, internamente abierta, no hubiera podido soportarlo y entonces habría
existido un conflicto que la habría quebrantado con las huellas consiguientes.
Ahora que está internamente despierta y clara, no tiene conflicto alguno
con la atmósfera que la rodea. Es este conflicto el que corrompe.
Usted permanecerá siempre libre de cicatrices si internamente está muy
alerta y despierta y se adapta con afecto a las cosas exteriores.
Los sustitutos pronto se marchitan. Uno puede
ser mundano aún cuando posea pocas cosas. El deseo de poder en cualquiera
de sus formas -el poder del asceta, el poder de un gran financista, o el del
político, o el del papa- es mundano. El anhelo de poder engendra crueldad
y pone énfasis en la importancia del sí mismo; la agresividad del yo en
expansión es, en esencia, mundanalidad. La humildad es sencillez, pero la
humildad cultivada es otra forma del espíritu mundano.
Muy pocos se dan cuenta de sus cambios internos, de
sus retrocesos, conflictos y distorsiones. Incluso si se dan cuenta,
tratan de hacerlos a un lado o escapan de ellos. No haga eso. No
creo que lo haga, pero hay un peligro en vivir demasiado estrechamente en
contacto con los propios pensamientos y sentimientos. Uno tiene que
percatarse de ellos sin ansiedad, sin presión ninguna. En su vida ha
tenido lugar la verdadera revolución, usted debe estar muy atenta a sus
pensamientos y sentimientos – déjelos salir, no los controle, no los detenga-.
Déjelos que se viertan hacia afuera, tanto los apacibles como los
violentos, pero esté alerta a ellos.
¿Está ocupada con lo que son sus deseos, si es que
tiene algunos? El mundo es un buen lugar; nosotros lo hacemos todo para
escapar de él por medio de la adoración, de la plegaria, de nuestros amores y
temores. No sabemos si somos ricos o pobres, jamás hemos investigado a
fondo dentro de nosotros mismos para descubrir “lo que es”. Existimos en
la superficie, satisfechos con tan poco y sintiéndonos dichosos o desdichados
por cosas tan pequeñas. Nuestras mentes mezquinas, y así consumimos
nuestros días. No amamos, y cuando lo hacemos es siempre con miedo y
frustración, con dolor y anhelos.
Estuve pensando en lo importante que es ser
inocente, tener una mente inocente. Las experiencias son inevitables, tal
vez necesarias; la vida es una serie de experiencias, pero la mente no necesita
cargarse con sus propias exigencias acumulativas. Puede lavarse de cada
experiencia y mantenerse inocente -sin carga alguna. Esto es importante,
de lo contrario la mente nunca puede ser fresca, alerta y flexible. El
problema no es “como” mantener flexible la mente; el “cómo” es la búsqueda de
un método, y el método jamás puede traer inocencia a la mente; puede volverla
metódica, pero nunca inocente, creativa.
Comenzó a llover ayer por la tarde, ¡y cómo diluvió
durante la noche! Jamás he escuchado nada como esto. Fue como si se
hubieran abierto los cielos. Con ello había un silencio extraordinario,
el silencio de un peso inmenso derramándose sobre la tierra.
Es siempre difícil mantenerse sencillo y claro.
El mundo adora el éxito, cuanto más grande, mejor; cuanto más grande es
el auditorio, más grande se considera que es el orador; los colosales
superedificios, los automóviles, los aviones y la gente. Se ha perdido la
sencillez. Las personas exitosas no son las que están construyendo un
mundo nuevo. Para ser un verdadero revolucionario se requiere un cambio
completo de corazón y mente, ¡y que pocos son los que quieren liberarse!
Cortamos las raíces superficiales; pero cortar las raíces profundas que
alimentan la mediocridad, el éxito, requiere algo más que palabras, métodos,
compulsiones. Parece haber muy pocos, pero ellos son los verdaderos
constructores – el resto se esfuerza en vano.
Uno se está comparando perpetuamente a sí mismo con
otro, con lo que uno es, con lo que debería ser, con alguien que es más
afortunado. Esta comparación mata realmente, es degradante, pervierte la
propia perspectiva de la vida. Y a uno lo han educado en la comparación.
Toda nuestra educación se basa en eso, y del mismo modo nuestra cultura.
En consecuencia, hay una perpetua lucha por ser otra cosa que lo que uno
es. La comprensión de lo que uno es, descubre la creatividad, pero la
comparación genera competencia, crueldad, ambición, lo cual pensamos que
produce progreso. El progreso sólo ha conducido hasta ahora a más guerras
despiadadas y desdichas de las que el mundo haya conocido jamás. La verdadera
educación consiste en educar a los hijos sin comparación alguna.
Parece extraño estar escribiendo, parece tan
innecesario. Lo que importa está aquí y usted está allá. Con las
cosas reales es siempre así, es tan innecesario escribir sobre ellas o hablar
de ellas; y en el mismo acto de escribir o hablar, sucede algo que las
corrompe, que las estropea. ¡Hay tantas cosas que se dicen aparte de la
cosa real! Este impulso de realizarse que arde en tanta gente, en pequeña
medida y en gran medida… Este impulso puede satisfacerse de un modo u otro, y
con la satisfacción, las cosas más profundas se desvanecen. Eso es lo que
ocurre en la mayoría de los casos, ¿no es así? La satisfacción del deseo es un
asunto muy insignificante, por placentero que pueda ser. Pero con la
satisfacción del deseo, como éste continúa satisfaciéndose a sí mismo,
sobrevienen la rutina, el aburrimiento, y la cosa real desaparece. Es
esta cosa real la que tiene que perdurar, y la maravilla de eso es que lo hace
así si uno no piensa en satisfacerse, sino que ve las cosas exactamente como
son.
Muy raramente estamos solos; siempre con la gente,
con pensamientos que se agolpan en nosotros, con esperanzas que no han sido
satisfechas o que van a serlo, con recuerdos. Es esencial que el hombre
esté solo para no ser influido, para que ocurra en él algo incontaminado.
Para esta soledad creativa parece no haber tiempo, hay demasiadas cosas
por hacer, demasiadas responsabilidades, etc. Se vuelve una necesidad
aprender a estar quieto, a encerrarse uno en su habitación, a dar un descanso a
la mente. El amor es parte de esta soledad. Ser sencillos, claros, estar
internamente quietos, es tener esa llama.
Puede que las cosas no sean fáciles, pero cuanto
más le pide uno a la vida, más temible y dolorosa se vuelve ésta. Vivir
sencillamente, libre de influencias, aunque todo y todos estén tratando de
influir sobre uno, vivir libre de los cambiantes estados de ánimo y de las
exigencias en constante variación, no es fácil, pero sin una vida profundamente
quieta en lo interno, todas las cosas son vanas e inútiles.
¡Que claro es el cielo azul, qué vasto, intemporal
y sin espacio! La distancia, el espacio es una cosa de la mente; el aquí y el
allá son hechos, pero se convierten en factores psicológicos con el impulso del
deseo. La mente es un fenómeno extraño. Tan compleja y, no
obstante, tan simple en esencia. Se vuelve compleja por las múltiples
compulsiones psicológicas. Esto es lo que ocasiona conflicto y dolor: la
resistencia y las adquisiciones. Es arduo estar atento y dejarlas pasar
de largo sin quedar enredado en ellas. La vida es un río inmenso que
fluye. La mente atrapa en su red las cosas de este río, descartando y
reteniendo. No tiene que haber red. La red es del tiempo y del
espacio; la red es la que crea el aquí y el allá; la dicha y la desdicha.
El orgullo es una cosa extraña; orgullo en las
cosas pequeñas y en las grandes cosas; orgullo en nuestras posesiones, en
nuestros logros, en nuestras virtudes; orgullo de la raza, del nombre y de la
familia; orgullo en la capacidad, en la apariencia, en los acontecimientos.
Hacemos que todas estas cosas alimenten el orgullo, o escapamos hacia la humildad.
Esta no es el opuesto del orgullo -sigue siendo orgullo, sólo que lo
llamamos humildad; la conciencia de ser humilde es una forma de orgullo.
La mente tiene que ser “algo”, lucha por ser esto o aquello, nunca puede
hallarse en un estado de ser nada. Si la nada es una nueva experiencia,
entonces la mente debe tener esa experiencia -el intento mismo de hallarse
silenciosa es otra adquisición más. La mente tiene que ir más allá de
todo esfuerzo. Sólo entonces…..
Nuestros días están tan vacíos que se llenan con
actividades de toda clase: negocios, especulación, meditación, pena y alegría.
Pero a pesar de todo esto, nuestras vidas están vacías. Despójese a
un hombre de la posición, del poder o del dinero, y ¿qué es él? Externamente,
tenía toda esa ostentación, pero internamente es superficial, está vacío.
Uno no puede tener ambas riquezas, la interna y las otras. La
plenitud interna importa mucho más que lo externo. Uno puede ser
defraudado por lo externo, los acontecimientos externos pueden destrozar lo que
hemos construido cuidadosamente; pero las riquezas internas son incorruptibles,
nada puede afectarlas, porque no han sido producidas por la mente.
El deseo de realizarse es muy fuerte en la gente,
que lo persigue a cualquier costo. Esta realización personal, en todas
las formas y en cualquier dirección, es lo que nos sostiene a la inmensa
mayoría de nosotros; si fracasamos en una dirección, tratamos de realizarnos en
otra. Pero ¿existe una cosa como la realización? El realizarse puede traer
consigo cierta satisfacción, pero ésta se desvanece pronto y otra vez estamos a
la caza de algo nuevo. En la comprensión del deseo llega a su fin todo el
problema de la realización. El deseo implica esfuerzo por ser, por
devenir, y con la terminación desaparece la lucha por realizarse.
En las montañas uno tiene que estar solo.
Debe ser encantador tener lluvia en medio de las montañas y ver caer las
gotas en el plácido lago. Sentir como brota el olor de la tierra cuando
llueve, y después escuchar el croar de las numerosas ranas. Hay un
extraño encantamiento en los trópicos cuando llueve. Todo queda bañado y
limpio; la lluvia lava el polvo sobre la hoja; los ríos reviven y se oye el
ruido de los torrentes. Los árboles lanzan brotes verdes, done había
tierra desnuda surge la nueva hierba silvestre; miles de insectos salen de
ninguna parte y el suelo reseco se alimenta y la tierra se ve satisfecha y en
paz. El sol parece haber perdido su cualidad penetrante y la tierra se ha
vuelto verde, un lugar de belleza y abundancia. El hombre sigue labrando
su propia desdicha, pero la tierra es rica una vez más y hay encantamiento en
el aire.
Es extraño cómo casi todos desean reconocimiento y
alabanza -ser reconocidos como un gran poeta, como un filósofo, algo que incremente
el propio ego. Eso produce una gran satisfacción, pero significa muy
poco. El reconocimiento nutre la propia vanidad y tal vez el propio
bolsillo. Y después ¿qué? Eso lo pone a uno aparte de los demás, y la
separación engendra sus propios problemas en aumento permanente. Aunque
pueda darnos satisfacción, el reconocimiento no es un fin en sí mismo.
Pero casi todos están atrapados en el anhelo de ser reconocidos, de
realizarse, de lograr esto o aquello. Y entonces es inevitable el fracaso
con la desdicha que lo acompaña. Lo que verdaderamente importa es estar
libres tanto del éxito como del fracaso. Desde el principio mismo no
buscar un resultado, hacer lo que uno ama; y el amor no tiene recompensa ni
castigo. Si hay amor, esto es realmente muy sencillo.
Qué poca atención prestamos a las cosas que nos
rodean, qué poco las observamos y consideramos. Estamos tan concentrados
en nosotros mismos, tan ocupados con nuestras ansiedades, con nuestros propios
beneficios, que no tenemos tiempo para observar y comprender. Esta
ocupación hace que nuestra mente se embote y se fatigue, que se llene de
frustración y dolor. Y entonces queremos escapar del dolor. En
tanto esté activo el yo, tiene que haber fatiga, torpeza y frustración.
La gente está atrapada en una carrera loca, en la desdicha del dolor
egocéntrico. Este dolor es profunda irreflexión. Los que son
reflexivos, los que se hallan despiertos y alertas, están libres de este dolor.
Qué bello es un río. Un país que no tiene un
río rico amplio, ondulante, no es un país en absoluto. Sentarse en la
orilla de un río, y dejar que las aguas fluyan al lado de uno, observar las
suaves ondas y escuchar cómo bañan las márgenes; ver a las golondrinas cuando
tocan la superficie y atrapan insectos; y en la distancia, al otro lado del
río, en la orilla opuesta, escuchar voces humanas o a un muchacho que toca la
flauta en un tranquilo atardecer, acalla todo el ruido que a uno lo rodea. De
algún modo, las aguas parecen purificarlo a uno, limpian el polvo de los recuerdos
de ayer, y dan a la mente esa cualidad que es su propia pureza, tal como el
agua es, en sí misma, pura. Un río lo recibe todo -las alcantarillas, los
cadáveres, la suciedad de las ciudades por las que pasa – y no obstante se
limpia a sí mismo de todo eso a las pocas millas. Lo recibe todo y
permanece siendo él mismo, sin preocuparse de distinguir lo puro de lo impuro.
Son sólo las charcas, las pozas pequeñas las que se contaminan pronto,
porque no están vivas, porque no fluyen como los amplios, dulcemente aromáticos
ríos ondulantes. Nuestras mentes son pequeñas charcas que pronto pierden
su pureza. En esta pequeña charca llamada mente, la que juzga, sopesa,
analiza -y con todo, permanece siendo la pequeña poza de irresponsabilidad que es.
El pensamiento tiene una raíz o raíces, el
pensamiento mismo es la raíz. La reacción debe existir, o de lo contrario
hay muerte; pero el problema consiste en ver que esta reacción no extienda su
raíz dentro del presente o del futuro. El pensamiento está obligado a
surgir, pero es esencial advertirlo y terminar con él inmediatamente.
Pensar sobre el pensamiento, examinarlo, jugar en torno a él, es
extenderlo, arraigarlo. Es realmente importante comprender esto.
Ver cómo la mente piensa acerca del pensamiento, es reaccionar al hecho.
La reacción es tristeza, etc. Comenzar a sentirse triste, pensar en el
regreso futuro, contar los días, etc. es dar raíces al pensamiento acerca del
hecho. Así la mente echa raíces, y después el arrancarlas se vuelve otro
problema más, otra idea. Pensar en el futuro es echar raíces en el suelo
de la incertidumbre.
Estar realmente solos, no con los recuerdos y los
problemas de ayer sino solos y dichosos, estar solos sin ninguna compulsión
externa ni interna, es permitir que la mente permanezca sin interferencia
alguna. Estar solos. Tener la cualidad del amor hacia un árbol,
estar a solas con él, protegerlo. Estamos perdiendo el sentimiento por
los árboles, y así estamos perdiendo el amor por el hombre. Cuando no
podemos amar la naturaleza, no podemos amar al hombre. Nuestros dioses se
han vuelto muy pequeños y mezquinos, y así es nuestro amor. Nuestra
existencia es mediocre, pero están los árboles, los cielos abiertos y las
inextinguibles riquezas de la tierra.
Usted tiene que tener una mente clara, una mente
libre que no esté atada a cosa alguna, esto es esencial; y uno no puede tener
una mente clara, penetrante, si hay temor de alguna clase. El miedo traba
la mente. Si la mente no se enfrente a los problemas que ella misma ha
creado, no es una mente clara, profunda. Afrontar las propias
peculiaridades, darnos cuenta de nuestros impulsos internos, reconocer todo
esto sin ninguna resistencia, es tener una mente profunda y clara. Sólo
entonces puede haber una mente sutil, no sólo aguda. Una mente sutil no
se apresura; vacila. No es una mente que saca conclusiones, que emite
juicios o formulaciones. Esta sutileza es fundamental. La mente
tiene que saber escuchar y esperar, moverse con lo profundo. Esto no es
para lograrse al final, sino que esta cualidad de la mente tiene que estar ahí
desde el principio mismo. Usted puede tenerla, concédale una plena y
profunda oportunidad de florecer.
Penetrar en lo desconocido, no dar nada por
sentado, no suponer nada, estar libres para descubrir; sólo entonces puede
haber hondura y comprensión. De lo contrario, uno permanece en la
superficie. Lo que importa no es comprobar o refutar un punto, sino
descubrir la verdad. La verdad del cambio se comprende sólo cuando existe
“lo que es”. “Lo que es” no es diferente del pensador. El pensador
es “lo que es”, no está separado de “lo que es”.
No es posible hallarse en paz si hay cualquier
clase de deseo, cualquier esperanza de algún estado futuro. El
sufrimiento es lo que sigue al deseo, y la vida está generalmente llena de
deseos; incluso alimentar un solo deseo lleva a incesante desdicha.
Porque el liberarse de ese único deseo, aun el saber que ese deseo
requiere atención, es para la mente un asunto bastante serio. Cuando lo
descubra no deje que se convierta en un problema. Prolongar el problema
es permitirle que eche raíces. No deje que se arraigue. El único
deseo es el único dolor. Oscurece la vida; hay frustración y angustia.
Sólo esté atenta al deseo y sea sencilla al respecto.
A través de esta finca pasa un arroyo. No es
un agua tranquila que corre apaciblemente hacia el gran río, sino un torrente
animado y ruidoso. Toda esta región que nos rodea aquí es cerril, el
torrente tiene más de una cascada y en un lugar hay tres cascadas a diferentes
profundidades. La más elevada es la que hace el ruido, es la más audible,
las otras dos no se aprecian pero se escuchan en un tono menor. Estas
tres cascadas están distintamente espaciadas, de modo que el movimiento del
sonido es constante. Uno tiene que prestar atención para escuchar la
música. Es una orquesta tocando en medio de las huertas, bajo los cielos
abiertos. La música está ahí. Uno tiene que descubrirla, tiene que
prestar atención, tiene que acompañar el fluir de las aguas para escuchar su
música. Uno tiene que ser lo total a fin de escucharla -los cielos, la
tierra, los altísimos árboles, los verdes campos y las rápidas aguas.
Sólo entonces la escuchará. Pero todo esto es demasiada molestia;
uno va, compra un boleto y se sienta en una sala rodeado por la gente, y la
orquesta toca y alguien canta. Ellos hacen todo el trabajo por uno;
alguien compone una canción, la música, otro toca y canta, y uno paga por
escuchar. Todo en la vida, excepto para unas pocas cosas, es de segunda,
tercera o cuarta mano -los dioses, los poemas, la política, la música. Y
así nuestra vida es vacía. Estando vacía tratamos de llenarla -con la
música, con los dioses, con el amor, con formas de escape, y el mismo llenar la
vida es el vaciarla. Pero la belleza no es para comprarse. Pocos
son, pues, los que anhelan la belleza y bondad, y el hombre se satisface con
cosas de segunda mano. Desechar todo eso es la única y verdadera
revolución; sólo entonces surge lo creativo de la realidad.
Es extraño cómo el hombre insiste en la continuidad
de todas las cosas; en las relaciones, en la tradición, en la religión, en el
arte. No hay un desprenderse de todo y empezar otra vez de nuevo.
Si el hombre no tuviera un libro, ni un líder, ni a alguien a quien copiar
o seguir como ejemplo, si estuviera completamente solo, despojado de todo su
conocimiento, tendría que comenzar desde el principio. Por supuesto, este
completo despojarse uno mismo de todo, tiene que ser absoluta y plenamente
espontáneo y voluntario; de otro modo puede uno enloquecer o forzarse hacia
algún tipo de neurosis. Como solamente muy pocos parecen ser capaces de
afrontar esta completa soledad, el mundo continúa con la tradición -en su arte,
en su música, su política, sus dioses- lo cual engendra perpetua desdicha.
Esto es lo que realmente ocurre en el mundo. No hay nada nuevo,
sólo oposición y contra oposición -en la religión continúa la vieja fórmula del
dogma y el temor; en las artes está el esfuerzo por encontrar algo nuevo. Pero
la mente no es nueva, es la misma mente vieja agobiada por la tradición, el
miedo, el conocimiento y la experiencia, esforzándose en pos de lo nuevo.
Es la mente misma la que debe desnudarse totalmente para que lo nuevo
sea. Esta es la verdadera revolución.
El viento está soplando desde el sur, hay nubes
oscuras y lluvia, todo sigue adelante, extendiéndose y renovándose sin cesar.
El granjero que vive cerca de aquí tenía un hermoso
conejo, vivaz y saltarín. Su esposa se lo trajo, y una de las mujeres
dijo: “No puedo mirar,” y el hombre lo mató y unos minutos después eso
que estaba vivo, con una luz en sus ojos, era despellejado por las mujeres.
Aquí como en otras partes del mundo, están acostumbrados a matar
animales, la religión no les prohíbe hacerlo. En la india, donde por
siglos a los niños se les enseña -al menos en el sur, entre los brahmines – a
no matar, lo cruel que es matar, hay muchos niños que, cuando crecen, están
obligados por las circunstancias a cambiar su cultura de la mañana a la noche;
comen carne, se convierten en oficiales de las fuerzas armadas para matar y ser
muertos. De la mañana a la noche cambian sus valores. Un patrón
particular de cultura con siglos de existencia se destruye, y uno nuevo ocupa
su lugar. El deseo de estar seguros, en una forma u otra, es tan
dominante que la mente se ajustará a cualquier patrón que pueda darle
certidumbre y seguridad. Pero la seguridad no existe; y cuando uno
realmente comprende esto, hay algo por completo diferente que crea su propio
estilo de vida. Esa vida no puede comprenderse ni copiarse; todo lo que
uno puede hacer es comprender, advertir claramente los hábitos de seguridad, lo
cual trae consigo su propia libertad.
La tierra es hermosa, y cuanto más sensible y
perceptivo es uno a ella, más hermosa es. El color, las variedades de verdes,
los amarillos. Es asombroso lo que uno descubre cuando está a solas con
la tierra. No sólo los insectos, los pájaros, la hierba, las variedades
de flores, las rocas, los colores y los árboles, sino los pensamientos, si es
que uno los ama. Jamás estamos a solas con nada. Ni con nosotros
mismos ni con la tierra. Es fácil estar a solas con un deseo; no
resistirlo mediante un acto de la voluntad, no dejarle que escape a través de
alguna acción, no permitir que se satisfaga, no crear su opuesto por la
justificación o la condena, sino estar a solas con él. Esto genera un
estado muy extraño sin acción alguna de la voluntad. Es esta voluntad la
que crea resistencia y conflicto. Estar a solas con un deseo, produce una
transformación en el deseo mismo. Juegue con esto y descubra lo que
ocurre; no fuerce nada, sólo considérelo tranquilamente.
¿La educación? ¿Qué entendemos por educación?
Aprendemos a leer y escribir, adquirimos una técnica necesaria para ganarnos la
vida, y después se nos lanza al mundo. Desde la infancia nos dicen qué
debemos hacer, qué debemos pensar; y en lo interno estamos profundamente
condicionados por lo social y por la influencia del ambiente.
Estuve pensando si podemos educar al hombre en lo
externo pero dejando el centro libre. ¿Podemos ayudar al hombre a
liberarse internamente y estar siempre libre? Porqué es sólo en libertad que
puede ser creativo y, por tanto, feliz. De lo contrario, la vida se
convierte en un asunto tortuoso, una batalla interna y, por consiguiente,
externa. Pero estar libres internamente requiere una atención y una
sabiduría asombrosas; y pocos son los que ven la importancia de esto. Nos
interesamos en lo externo, no en la creatividad. Pero para cambiar todo
esto, tiene que haber al menos unos pocos que comprendan la necesidad de este
cambio, que estén dando origen a esta libertad dentro de sí mismos. En
éste un mundo muy extraño.
Lo que importa es un cambio radical en el nivel
inconsciente. Ninguna acción consciente de la voluntad puede afectar el
inconsciente. Como lo consciente no puede afectar las búsquedas, los
deseos y los instintos inconscientes, la mente consciente tiene que serenarse,
aquietarse, y no tratar de forzar al inconsciente para que se amolde a algún
patrón particular de acción. El inconsciente tiene su propio patrón de
acción, su propia estructura dentro de la cual funciona. Esta estructura
no puede ser rota por ninguna acción externa, y la voluntad es un acto externo.
Si esto se ve y se comprende de verdad, la mente externa se aquieta; y a
causa de que no hay una resistencia establecida por la voluntad, uno descubrirá
que el denominado inconsciente comienza a liberarse a sí mismo de sus propias
limitaciones. Sólo entonces hay una transformación radical de todo el ser
del hombre.
La dignidad es una cosa muy rara. Un cargo o
una posición de respeto, otorgar dignidad. Es como ponerse encima un
abrigo. El abrigo, el traje, el puesto, dan dignidad. Un título o
una posición dan dignidad. Pero desnúdese al hombre de estas cosas,
y muy pocos tienen esa condición de dignidad que surge cuando uno está
internamente libre, cuando en lo interno es como la nada. Ser algo o
alguien es lo que el hombre anhela, y ese algo le da una posición respetable en
la sociedad. Pone al hombre en alguna clase de categoría -inteligente,
rico, un santo, un físico; pero si él no puede ser puesto en una categoría que
la sociedad reconoce, es una persona excéntrica. La dignidad no puede
asumirse ni cultivarse, y estar consciente de la propia dignidad es estar
consciente del propio yo, que es tan pequeño y mezquino. Ser
verdaderamente nada, es estar libre de esa idea misma. Esa es la
verdadera dignidad, no el pertenecer a un estado o a una condición particular.
Esta dignidad no nos la pueden quitar, está siempre ahí.
El verdadero estado de percepción alerta en
permitir que la vida fluya libremente, sin que quede ningún residuo. La
mente humana es como un tamiz que retiene algunas cosas y deja pasar otras.
Lo que retiene, es la medida de sus propios deseos; y los deseos, por
profundos, vastos o nobles que sean, son pequeños, son mezquinos, porque el
deseo es cosa de la mente. La completa atención implica no retener cosa
alguna, sino poseer la libertad de la vida, que fluye sin restricción ni
preferencia alguna. Siempre estamos reteniendo o eligiendo las cosas que
significan algo para nosotros, y aferrándonos perpetuamente a ellas. A
esto lo llamamos experiencia, y a la multiplicación de experiencias la llamamos
riqueza de la vida. La experiencia que queda, que uno retiene, impide ese
estado en que no existe lo conocido. Lo conocido no es el tesoro, pero la
mente se aferra a eso, con lo cual destruye o profana lo desconocido.
La vida es una cosa extraña. Afortunado el
hombre que nada es.
Somos, al menos lo es la mayoría de nosotros,
criaturas que nos caracterizamos por nuestros estados de ánimo y por la manera
en que estos varían. Pocos escapamos de ello. En algunos, la causa
es la condición corporal, en otros un estado mental. Nos gusta este
estado cambiante, pensamos que este movimiento del ánimo forma parte de la
existencia. O uno simplemente flota a la deriva, de un estado de ánimo a
otro. Pero hay unos pocos que no están presos en este movimiento, que se
hallan libres de la batalla del devenir, de modo tal que internamente existe
una firmeza que no es producto de la voluntad, una estabilidad que no es
cultivada, que no es la estabilidad del interés concentrado ni es producto de
ninguna de estas actividades. Llega a uno únicamente cuando cesa la
acción de la voluntad egocéntrica.
El dinero estropea a la gente. El rico posee
una peculiar arrogancia. Con muy pocas excepciones, en todos los países,
los ricos tienen esa atmósfera peculiar de poder doblegarlo todo a su antojo,
incluso a los dioses – y ellos pueden comprar sus dioses. La capacidad le
confiere el hombre una extraña sensación de libertad. También siente que
está por encima de otros, que es diferente; todo esto le da un sentimiento de superioridad;
se sienta cómodamente y observa como otros se retuercen; olvida su propia
ignorancia, la oscuridad de su propia mente. Después de todo, el escape
es una forma de resistencia, la cual engendra sus propios problemas. La
vida es una cosa extraña. Afortunado el hombre que nada es.
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