En un templo lejano, oculto entre las montañas, siete monjes
vivían en reclusión.
Cierto día, después de la ceremonia de veneración de la
primavera, el más anciano de los monjes tomó el vino ceremonial del santuario
para compartirlo y lo vertió en la única copa sagrada destinada a ese fin.
Los monjes lo miraron expectantes ya que, debido a las
gracias espirituales que poseía aquel vino, todos querían beberlo.
El anciano se dirigió a los otros seis monjes con estas
palabras:
-Una copa es demasiado para uno solo de ustedes, pero sería
muy poco si la dividiéramos entre siete.
Una demostración de destreza resolverá este dilema.
Como la serpiente es un animal místico para todos, cada uno
deberá dibujar con pincel y tinta una serpiente y el primero en terminar podrá
tomar el vino sagrado.
Uno de los monjes finalizó la tarea antes que los demás.
Viendo que los otros aún seguía dibujando, tomó con una mano la copa y, al
mismo tiempo, con la otra comenzó a dibujarle patas a la serpiente que había
hecho.
En ese momento, otro monje que ya había terminado su dibujo,
le quitó la copa al primero y bebió el vino sagrado, ya que es sabido que las
serpientes no tienen patas.
-‘Cuando algo se halla en su punto justo, no es necesario
agregar nada más.’ Sentenció el más anciano al observar lo ocurrido
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