Un sabio preguntó un día a un viejo
sacerdote:
-¿Quién es más viejo, tu barba o tú?"
El sacerdote respondió:
-Nací antes que mi barba y conocí el universo antes que ella.
-Tu barba es blanca, siguió el sabio; ha abandonado su estado original. Pero tú no has cambiado todavía tu mala naturaleza. Aunque tu barba haya nacido después que tú, te ha adelantado. Tú estás aún en la sequedad del deseo, en la sequedad del "yo" y del "nosotros". Sigues estando en la misma disposición de espíritu que en tu nacimiento. No has avanzado ni un paso. Toda tu vida has permanecido en un horno ardiente, pero tú te has quedado en tu estado de barro. Eres movido por el viento de tus deseos, pero estás sujeto al suelo como una paja reseca. Como el pueblo de Moisés, te has quedado en el desierto durante cuarenta años. Corres de la mañana a la noche pero siempre vuelves al mismo punto. Mientras estés enamorado del becerro de oro, tu salvación será imposible, aunque te dedicaras a ella durante tres siglos. Dios te ha colmado de favores, pero, como tu naturaleza es la de un buey, el amor al becerro ha reemplazado en tu corazón al amor a la verdad. ¡Interroga, pues a tu cuerpo y no creas que carece de lengua! ¡Quizá tenga a su disposición centenares de lenguajes! Tú buscas día y noche una leyenda, pero tu cuerpo ya te cuenta una. Sucede como con el verano. Gracias a él brota el algodón, pero el algodón permanece cuando el verano ha sido olvidado. Sucede como con el hielo. Surge del invierno. El hielo, permanece cuando el invierno ha desaparecido. Del mismo modo, cada uno de tus miembros te cuenta los favores de Dios. Si la embriaguez y los juegos del amor no existieran, ni una mujer habría quedado embarazada.
Sin primavera, ningún huerto da frutos. Las mujeres embarazadas y los niños que sostiene uno en las rodillas son signos de la primavera y testigos de los juegos del amor. Cada árbol amamanta a su hijo pues, como María, ha quedado encinta de un sultán desconocido.
-¡Oh, sacerdote! Manda a tu pena que no sea tan olvidadiza con los favores que ha recibido. Si no hubiese en ti una eterna primavera, ¿qué contendría el granero de tu cuerpo? Tu cuerpo es un montón de rosas y tus ideas son el agua de estas rosas. Pero, ¡qué cosa tan extraña! ¡El agua de rosas reniega de las rosas!
-La obstinación y la blasfemia son lo propio del chimpancé, pero la gratitud y la contemplación forman el camino del profeta. Si este nacimiento no se hubiera producido con ocasión del eclipse de luna, habría menos filósofos extraviados en esta noche. ¡Muchos hombres sensatos fueron víctimas de este extravío y vieron una montaña en su nariz!
-¿Quién es más viejo, tu barba o tú?"
El sacerdote respondió:
-Nací antes que mi barba y conocí el universo antes que ella.
-Tu barba es blanca, siguió el sabio; ha abandonado su estado original. Pero tú no has cambiado todavía tu mala naturaleza. Aunque tu barba haya nacido después que tú, te ha adelantado. Tú estás aún en la sequedad del deseo, en la sequedad del "yo" y del "nosotros". Sigues estando en la misma disposición de espíritu que en tu nacimiento. No has avanzado ni un paso. Toda tu vida has permanecido en un horno ardiente, pero tú te has quedado en tu estado de barro. Eres movido por el viento de tus deseos, pero estás sujeto al suelo como una paja reseca. Como el pueblo de Moisés, te has quedado en el desierto durante cuarenta años. Corres de la mañana a la noche pero siempre vuelves al mismo punto. Mientras estés enamorado del becerro de oro, tu salvación será imposible, aunque te dedicaras a ella durante tres siglos. Dios te ha colmado de favores, pero, como tu naturaleza es la de un buey, el amor al becerro ha reemplazado en tu corazón al amor a la verdad. ¡Interroga, pues a tu cuerpo y no creas que carece de lengua! ¡Quizá tenga a su disposición centenares de lenguajes! Tú buscas día y noche una leyenda, pero tu cuerpo ya te cuenta una. Sucede como con el verano. Gracias a él brota el algodón, pero el algodón permanece cuando el verano ha sido olvidado. Sucede como con el hielo. Surge del invierno. El hielo, permanece cuando el invierno ha desaparecido. Del mismo modo, cada uno de tus miembros te cuenta los favores de Dios. Si la embriaguez y los juegos del amor no existieran, ni una mujer habría quedado embarazada.
Sin primavera, ningún huerto da frutos. Las mujeres embarazadas y los niños que sostiene uno en las rodillas son signos de la primavera y testigos de los juegos del amor. Cada árbol amamanta a su hijo pues, como María, ha quedado encinta de un sultán desconocido.
-¡Oh, sacerdote! Manda a tu pena que no sea tan olvidadiza con los favores que ha recibido. Si no hubiese en ti una eterna primavera, ¿qué contendría el granero de tu cuerpo? Tu cuerpo es un montón de rosas y tus ideas son el agua de estas rosas. Pero, ¡qué cosa tan extraña! ¡El agua de rosas reniega de las rosas!
-La obstinación y la blasfemia son lo propio del chimpancé, pero la gratitud y la contemplación forman el camino del profeta. Si este nacimiento no se hubiera producido con ocasión del eclipse de luna, habría menos filósofos extraviados en esta noche. ¡Muchos hombres sensatos fueron víctimas de este extravío y vieron una montaña en su nariz!
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