Sé amable con la ira.
Inclínate ante ella.
No es lo que crees que es.
Permite que se acerque, y si es necesario, déjala entrar.
Siente su poder.
Hasta que no haya división entre 'yo' y la 'ira'.
Hasta que ya no puedas llamarla 'ira' en absoluto.
Hasta que sólo quede fuego, pasión.
Pero nada de violencia.
La ira es el rugido de un león, el grito del universo anhelando nacer.
Te recuerda, cuando lo has olvidado,
Que el poder de la vida se mueve a través tuyo.
Que tienes una voz.
No rechaces tu ira, o la etiquetes como 'negativa' o 'no espiritual'.
No pretendas que no está ahí.
No hay necesidad de que la ignores, tampoco.
Siente su golpeteo, sus vibraciones, su anhelo de ser reconocida, acogida.
En su ardiente corazón, descubre la osadía.
La osadía de ser tú mismo.
De asumir tu camino, con absoluto valor.
De hablar por aquellos que no tienen voz.
De sostener la verdad, con pasión y dignidad.
De rugir con amor.
Sabe que tu corazón es inmenso y espacioso, y la ira, a menudo malinterpretada, tiene un hogar en ti.
Un santuario.
Jeff Foster
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