Había dos templos rivales.
Los dos maestros —probablemente sólo se trataba de supuestos
maestros; en realidad, debían ser sacerdotes estaban tan en contra el uno del
otro que le dijeron a sus seguidores que no debían mirar nunca hacia el otro
templo.
Cada sacerdote tenía un niño a su servicio para traerle
cosas o hacer los recados.
El sacerdote del primer templo le dijo a su niño sirviente:
—No hables nunca con el otro chico. Esa gente es peligrosa.
Pero los niños son niños.
Un día se encontraron en la carretera, y el niño del primer
templo le preguntó al otro:
-¿Adónde vas? El otro le dijo:
—A donde me lleve el viento. —Una gran declaración.
Pero el primer niño estaba muy avergonzado y ofendido porque
no había encontrado ninguna respuesta a esto.
Estaba triste y enfadado, y también le remordía la
conciencia.
Mi maestro me ha dicho que no debía hablar con esa gente.
Esa gente es realmente peligrosa.
Pero ¿qué clase de respuesta es ésa? Me ha humillado.
Fue a su maestro y le dijo lo que había ocurrido:
—Siento haber hablado con él. Tenías razón, son raros. ¿Qué
clase de respuesta es ésa? Yo le pregunté: «¿Adónde vas?» una pregunta
sencilla, normal y sabía que estaba yendo al mercado igual que yo. Pero me
contestó: «A donde me lleve el viento.» El maestro le dijo:
—Te había advertido, pero no me has hecho caso. Mira, mañana
te vuelves a colocar en el mismo sitio. Cuando llegue él, le preguntas:
-«¿Adónde vas?», y él dirá: «A donde me lleve el viento.>~ Entonces, tú
también tienes que ser un poco más filosófico y decirle: «¿Y si no tienes
piernas?» —porque el alma es incorpórea y el viento no se puede llevar al alma
a ningún sitio, entonces, ¿qué harás?»
El niño quería estar absolutamente preparado; se pasó toda
la noche repitiéndolo.
A la mañana siguiente se marchó muy pronto hacia el lugar,
se colocó en el mismo sitio, y a la misma hora volvió a aparecer el otro niño.
Estaba muy contento, ahora le iba a enseñar qué es la
verdadera filosofía.
Así que le preguntó:
—¿Adónde vas? —Y se quedó esperando. El niño dijo:
—Voy al mercado a comprar verduras.
Y ahora, ¿de qué le servía la filosofía que había aprendido?
La vida es así.
No puedes prepararte, no puedes estar listo.
Ésa es su belleza, ése es el misterio, que siempre te coge
de sorpresa, siempre llega de sorpresa.
Cada momento es una sorpresa y no se puede aplicar una
respuesta premeditada.
Osho
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