En la hora de su muerte, un gran
maestro de derviches, viéndose rodeado por todos sus discípulos, dijo:
- Quiero compartir con vosotros
algo que he aprendido en esta vida.
Expectantes, los discípulos se acercaron un
poco más al lecho de su maestro, quien siguió diciendo:
– Yo nunca he sido nadie verdaderamente importante.
Y dicho esto, el anciano cerró sus
ojos y entregó el alma.
Esto no fue entendido por la
mayoría, pero para otros fue la lección de humildad más increíble.
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