Shu
Guang, viejo profesor del príncipe heredero durante muchos años, pidió
jubilarse al ver que el primogénito del emperador ya había obtenido una
formación cultural bastante sólida.
Para
agradecer su excelente servicio, el monarca le obsequió con 10 kilos de oro, a
los que se sumaron otros 25 que le regaló su alumno, el príncipe heredero.
Volvió entonces el profesor jubilado a su pueblo natal con tan apreciada
remuneración. Vinieron a saludarlo parientes, amigos y admiradores, a quienes
les agasajaba siempre con suculentas comidas y buenos vinos.
Su
hospitalidad se difundió por toda la provincia.
Acudieron
entonces otros conocidos e incluso desconocidos atraídos por la fama del viejo
letrado o simplemente por las ganas de saborear sus manjares.
Así, al
cabo de dos años, se redujo considerablemente su riqueza por los banquetes y
regalos.
Algunos
amigos empezaban a preocuparse, diciéndole:
-Conviene que escatimes los enormes gastos.
Aunque
tuvieras una montaña de oro, se agotaría en pocos años y te quedarías sin nada.
¿Por qué
no te compras con ese dinero algún terreno o algunas casas para dejárselos a
tus descendientes como herencia?
El viejo profesor sonrió con gratitud y les contestó con lucidez:
-Aunque estoy viejo, no me he olvidado de mis hijos y nietos: miren, tengo una
casa suficientemente amplia y un terreno que, si lo cultivan bien, les dará de
comer sin problemas. ¿No es suficiente que tengan una vida igual a la de los
demás?
-Pero deberías adquirir más propiedades para que no les falte nada en el
futuro.
-Podría comprar más fincas y construirles casas nuevas, pero temo que como lo
tienen todo de manera tan fácil se conviertan en unos vagos y holgazanes.
- ¿Por qué?
-El dinero no es todo. La posesión de una desmesurada propiedad puede arruinar
la agudeza de los inteligentes y agravar la insensatez de los retardados. Soy
consciente de mi incapacidad para educar a mis hijos, pero tampoco quiero
incrementar su insensatez. La austeridad es la mejor compañía de la
laboriosidad, y ésta es la esencia de la vida.
El viejo siguió gastando su fortuna en convidar a los amigos, conocidos y
admiradores.
Murió sin
dejar herencia.
Pero los
descendientes prosperaron con sus propios esfuerzos.