Mucho
tiempo antes de que los españoles llegaran a México existían allí
extraordinarios videntes toltecas, hombres capaces de actos inconcebibles.
Eran
el último eslabón en una cadena de conocimiento que se extendió a lo largo de
miles de años.
Don
Juan, Don Genaro, y sus otros compañeros no me enseñaban brujería, ni
encantamientos; me enseñaban las tres partes de un antiquísimo conocimiento que
poseían; ellos llamaban a esas tres partes el "estar consciente de
ser", el "acecho", y el "intento".
Y
no eran brujos; eran videntes.
Para
Don Juan, el término "tolteca" significaba "hombre de
conocimiento".
En
la época a que se refería, siglos o tal vez incluso milenios antes de la
Conquista española, todos aquellos hombres de conocimiento vivían dentro de una
vasta área geográfica, al norte y al sur del valle de México.
En
varias ocasiones, a fin de ayudarme, Don Juan trató de poner nombre a su
conocimiento.
El
creía que el nombre más apropiado era "nagualismo", aunque el término
era demasiado oscuro. Llamarlo simplemente "conocimiento" lo
encontraba muy vago, y llamarlo "hechicería", sumamente erróneo.
"La maestría del intento" y "la búsqueda de la libertad total" tampoco le gustaron por ser términos abstractos en exceso, demasiado largos y metafóricos.
"La maestría del intento" y "la búsqueda de la libertad total" tampoco le gustaron por ser términos abstractos en exceso, demasiado largos y metafóricos.
Incapaz
de encontrar un término adecuado optó por llamarlo "brujería", aunque
admitiendo lo inexacto que era.
En
el transcurso de los años, Don Juan me dio diversas definiciones de lo que es
la brujería, sosteniendo siempre que las definiciones cambian en la medida que
el conocimiento aumenta.
La
brujería es “el uso especializado de la energía”.
Para
el hombre común y corriente la brujería es una idiotez o un insondable misterio
sencillamente porque carece de la energía necesaria para tratar con ella.
Aprender
brujería es en realidad aprender a “ahorrar energía”.
La
brujería es la habilidad de usar otros campos de energía que no son necesarios
para percibir el mundo que conocemos.
La
brujería es un estado de conciencia.
Es
la habilidad de percibir lo que la percepción común no puede captar.
Nosotros
no necesitamos que nadie nos enseñe brujería, porque en realidad no hay nada
que enseñar. Lo que necesitamos es un maestro que nos convenza de que existe un
poder incalculable al alcance de la mano.
El
hombre necesita ahora, más que nunca, aprender nuevas ideas, que se relacionen
exclusivamente con su mundo interior; ideas de brujo, no ideas sociales; ideas
relativas al hombre frente a lo desconocido, frente a su muerte personal.
Ahora,
más que nunca, necesita el hombre aprender acerca de la impecabilidad y los
secretos del “punto de encaje”.
El
mayor logro de los brujos de antaño fue percibir la esencia energética de las
cosas.
Fue
un logro de tal magnitud que lo convirtieron en la premisa básica de la brujería.
Hoy
en día, con mucha disciplina y entrenamiento, los brujos adquieren la capacidad
de percibir la naturaleza intrínseca de las cosas; una capacidad a la que
llaman "ver", o percibir energía directamente.
Pero
para "ver" hay que separar la parte social de la percepción, porque
ésta reduce el alcance de lo que se puede percibir, y porque nos hace creer que
el molde al cual ajustamos nuestra percepción es todo lo que existe.
Estoy
convencido de que el hombre, para sobrevivir en esta época, tiene que cambiar
la base social de su percepción, es decir, la certeza física de que el mundo
está compuesto de objetos concretos. Deberíamos percibir el mundo como energía.
El
universo entero es energía.
La
base social de la percepción debería ser entonces la certeza física de que todo
lo que hay es energía.
En
el universo no hay pasado ni futuro.
Lo
único que hay en el universo es energía, y la energía tiene solamente “aquí y
ahora”, un infinito y siempre presente” aquí y ahora”.
Los
brujos han triunfado en la tarea de liberar su conciencia de ser de sus
ataduras con el orden social.
Ellos mismos son la prueba.
Ellos mismos son la prueba.
Convencer
a otros del valor y la importancia de evolucionar es otro asunto.
La
mente del mercachifle está hecha para el comercio.
Pero
la libertad no puede ser una inversión. La libertad es una aventura sin fin, en
la cual arriesgamos nuestras vidas, y mucho más, por unos momentos que no se
pueden medir con palabras o pensamientos.
La
búsqueda de la libertad es la única fuerza que yo conozco.
Libertad
de volar en ese infinito.
Libertad de disolverse, de elevarse, de ser
como la llama de una vela, que aun al enfrentarse a la luz de un billón de
estrellas permanece intacta, porque nunca pretendió ser más de lo que es:
la
llama de una vela.
Las
afirmaciones perceptivas de los chamanes carecen de sentido si las analizamos
con los conceptos lineales del mundo occidental.
Hace
cinco siglos que la civilización occidental está en contacto con los chamanes
del Nuevo Mundo y los estudiosos no han hecho un solo intento de formular un
discurso filosófico basado en estas afirmaciones.
Carlos
Castaneda
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