Se cuenta que había en cierto pueblo una persona que era
admirada por su gran devoción.
Iba todas las mañanas, de rodillas, hasta una lejana
capilla, a ofrendar además de sus oraciones, aquel dolor que le producía el
llegar, de esa forma tan penosa, al altar.
Cierta tarde, luego de terminar sus oraciones y listo para
retomar la senda a casa de la misma forma en la que había llegado, un ángel se
le apareció, como salido de la nada.
Con suave voz le dijo:
-Hermano, ¿por qué razón lastimas tu cuerpo, que ni siquiera
es tuyo, llegando al altar de esa forma? ¿No sabes que los pies están hechos
para cumplir con el trabajo que equivocadamente cumplen tus rodillas?
El hombre se sorprendió por las palabras del ángel… se
preguntaba a sí mismo, si es que aquel ser celestial no tendría la suficiente
sensibilidad espiritual como para comprender el gran sacrificio que diariamente
llevaba a cabo.
A punto estuvo de explicarle al ángel sobre su gran ofrenda
diaria, cuando éste lo tomó de un hombro y lo puso de pié lentamente.
Acercó sus labios al oído del maltrecho devoto y susurró
estas palabras:
-Te he visto, día a día, hacer tu sacrificio. Oras por mucho
rato, con tu boca… Tus rodillas han dejado ya marcas en el suelo del templo…
Pero has olvidado algo… y debido a eso, has pasado por alto ciertas cosas…
Cuando te vas, tu hijo siempre se pregunta por qué no lo llevas contigo, y te echa
de menos. Tu vecino sigue esperando hace años la ayuda que no le ofreces para
llegar al templo; bien sabes que por su problema no puede hacerlo solo. Y sabes
que cada día te ve pasar y ves en sus ojos el deseo que atesora de recorrer el
mismo camino que tu transitas a diario. Al verte, suelo preguntarle a tu alma:
Hermano, ¿dónde está tu corazón mientras haces tu ofrenda?... realmente, ¿qué
es lo que ofrendas día a día?... ¿es que acaso, no sabes aún, que sólo el amor
llega al altar de las ofrendas?
Dicho esto, y tal como había aparecido, el ángel se retiró,
desapareciendo como una pompa de jabón ante un soplo de viento.
Aquél hombre, volvió a casa...caminando Al cruzar el portal,
como siempre, lo esperaba su pequeño perro, que jamás se movía de allí hasta
que él llegaba nuevamente.
Mientras recibía unos amistosos lametones, volvió a oir al
ángel:
-Allí tienes un bonito sacrificio.
Luego salió a recibirlo su hijo, olvidando la larga espera y
riendo por la vuelta de su padre.
En ese instante fue que la voz, con una gran dulzura, como
si, aunque invisible, el ángel hubiera estado ubicado a la diestra del devoto,
susurró:
-…Y aquí, hermano mío … aquí tienes tu altar. Y desde el
corazón de ese niño, tu Dios te observa, día a día, caminar hacia el templo, de
rodillas.
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