El muchacho lo perdió, y, en su desesperación por haber perdido un objeto tan raro y valioso, montó en cólera al ver a otro hombre que llevaba alrededor del cuello un cordón del que colgaba un pez de cristal.
El joven llevó al hombre a los tribunales y logró que le condenasen por robo. En el último momento, cuando se preguntó a éste si tenía algo que declarar antes de ser conducido a la cárcel, el hombre dijo:
“Preguntad a cualquier barquero de este país: todos nosotros tenemos el mismo emblema, y el mío es de mi propiedad. No le pertenece a este joven. Yo tengo dos ojos y también una boca, pero tampoco son suyos!”
“¿Por qué no lo has declarado antes?”, preguntó el magistrado al barquero.
“Porque tiene más merito para toda la humanidad cuando la verdad llega por el ejercicio del sentido común por todas las partes desde el principio, que si una de ellas tiene que probar algo para lo que, después de todo, tal vez no tenga pruebas.”
“Sin embargo, todos tenemos que aprender”, señaló el juez.
“Desgraciadamente”, dijo el hombre, “si se considera que aprender depende de la elaboración de pruebas, sólo tendremos la mitad del conocimiento, y seguramente nos encontraremos perdidos”.
Los kishtiwanis, a cuya escuela pertenecía este barquero, eran conocidos por su hábito de poner el énfasis en aquello en lo que la gente pasaba la mayor parte de su tiempo llegaban a consideraciones apresuradas o pasando totalmente por alto los hechos.
IDRIES SHAH
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