Hay tres
etapas en la conciencia.
Primero, hazte consciente de tu cuerpo al caminar, al
cortar leña o transportar agua desde el pozo. Sé observador, estate alerta,
atento, consciente. No vayas haciendo cosas como si fueses un zombi, un
sonámbulo, un autómata. Cuando seas consciente de los procesos corporales, te
llevarás una sorpresa. Puedo mover la mano mecánicamente, y puedo moverla de
una forma plenamente consciente. Cuando muevo la mano de una forma consciente,
hay gracia, hay belleza. Cuando te hayas vuelto consciente de tu cuerpo y sus
actos, podrás profundizar más, hacia tu mente y sus actividades: pensamientos,
imaginación, proyecciones. Cuando seas muy consciente de la mente, también te
llevarás una sorpresa. Cuanto más consciente te vuelvas, menos pensamientos te
encontrarás en el camino. Cuando tienes un ciento por ciento de pensamientos,
no hay conciencia. Cuando tienes el noventa y nueve por ciento de conciencia,
sólo tienes el uno por ciento de pensamientos, porque se trata de la misma energía.
A medida que te vas volviendo más consciente, ya no queda energía para los
pensamientos, se van muriendo. Cuando eres un ciento por ciento consciente, la
mente se vuelve absolutamente silenciosa. Ése es el momento de profundizar más.
El tercer paso: hacerse consciente de los sentimientos, los estados de ánimo,
las emociones. En otras palabras, primero el cuerpo y sus actos; en segundo
lugar, la mente y su actividad, y en tercer lugar, el corazón y sus funciones.
Cuando eres completamente consciente del corazón, llega la última sorpresa, la
más grande: no tienes que dar ningún paso. Espontáneamente, hay un salto
cuántico. Desde el corazón, de repente te encuentras en tu ser, en el mismo
centro de tu ser. Ahí sólo eres consciente de ese darte cuenta, sólo eres
consciente de la conciencia. Ya no tienes que tener conciencia de nada más, no
queda nada de lo que ser consciente. Y ésta es la pureza absoluta. Esto es lo
que llamo iluminación.
(Osho)
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