Un hombre
joven amaba a una muchacha rica.
Durante
dos años le escribió todos los días, sin obtener nunca respuesta.
Por lo
que se hizo monje, y se retiró a una ermita de la montaña.
Un día,
algunos años más tarde, la vio llegar a su lugar de recogimiento.
Arrodillándose
ante él, le dijo: -Me he equivocado.
Ahora he
comprendido tu amor, démelo aquí, soy suya.
Pero él
respondió: -Es demasiado tarde. Ahora soy monje,
he
cortado mi amor por ti. ¡Vete!
Algunos
días después, descendió al valle a mendigar comida a la aldea.
Los
habitantes no hablaban más que de la última noticia:
se ha encontrado
a una mujer muy bella de cara noble,
vestida
ricamente, muerta en el río.
“Seguramente
se trate de una historia de amor que ha terminado mal”
El monje
comprendió, se dirigió a la tumba y allí, cantó este poema:
‘Cuando
viniste a la puerta de mi ermita.
Las hojas
muertas del otoño yacían, rojas, en el suelo.
Después
de tu partida, el viento del otoño las ha dispersado;
Todo es
impermanente y mi pobre ermita es mejor que un palacio.
¿Por qué
nuestros destinos no han podido encontrarse?
Antes yo
sufría, y tú estabas en paz.
Ahora he
entrado en la vía de la serenidad y tú sufres.
Todos
estos años han pasado como un sueño.
Cuando
morimos nadie nos sigue al ataúd.
No queda
nada de nuestras ilusiones: Sufrir no sirve pues de nada, ni afligirse.
Ahora
estás muerta.
Oye,
simplemente, como yo, El viento que murmura en las ramas de los pinos.’
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