Érase una vez en las faldas de un acogedor cerro que dos
huevos de diferente tamaño eran empollados celosamente por sus madres.
Curiosamente los nidos no se encontraban tan distantes entre
sí y como ninguno de los guardianes encontraba peligro en la otra especie
establecieron un clima de armonía sin igual en la montaña.
Prácticamente era un ambiente de paz en donde mamá cóndor y
mamá colibrita trabajaban incesantemente con ayuda de sus parejas, para
proteger a sus futuros herederos.
Los huevos prácticamente se rompieron el mismo día y desde
los nidos los polluelos comenzaron una amistad que los acompañaría en adelante.
Cuando estos amigos llegaron a la niñez y comenzaron sus
primeros vuelos descubrieron la enorme diferencia de tamaño.
El cóndor había crecido sin parar hasta multiplicar su
tamaño y el colibrí no creció más grande que el pico del cóndor.
Sin embargo eso no dificultó la amistad y ambos fueron
dichosos por la algarabía que les producía encontrarse cada tarde para jugar.
Cuando la juventud hizo su presencia ambos tenían que
realizar un gran viaje, de otro modo no podrían pasar la gran prueba de la
madurez.
Los padres de estos inquietos amigos les advirtieron que el
viaje debía ser de gran distancia hasta llegar a los mares frescos de la tierra
del Norte y para demostrarlo debían traer de regreso una semilla o un ramo de
tundra en el pico – pues esta planta dicho sea de paso solo crece entre los
frescos vientos del norte-.
El cóndor pensando en su pequeño amigo le propuso cargarlo
entre sus plumas, seguramente con la idea de ayudarlo, para que con sus
potentes alas el viaje fuese divertido y hasta veloz.
El colibrí no solo rechazó la propuesta de su enorme amigo
sino que le propuso llevar a cabo una competencia entre ambos, para de esa
manera culminar la maratónica travesía con éxito.
El cóndor que no pudo contener la carcajada le dijo al
colibrí que ganaría la competencia en un abrir y cerrar de ojos.
Lo insólito del testarudo colibrí es que hablaba con un tono
serio y también prometía librar una dura batalla.
El cóndor algo orgulloso pero desconcertado rápidamente
comenzó la carrera alzándose en vuelo hasta desaparecer.
El colibrí comenzó la competencia con su conocida
característica de ave supersónica y rápidamente desapareció por entre el
follaje de la montaña.
La competencia se había iniciado y ambos ni imaginaban las
intenciones del otro.
Lo cierto es que cuando llegó la tarde el cóndor que se
encontraba a cientos de kilómetros de ventaja se echó a dormir muy seguro que
ganaría la competencia.
El colibrí que –por su parte- iba a gran velocidad sin
detenerse siquiera, tenía un ritmo sostenido y motivado por su poderosa
convicción de llegar a la meta.
Este sin saber donde reposaba su gigantesco amigo decidió
renunciar al torpor nocturno y volar toda la noche.
Por su parte el cóndor cuando despertó por la mañana pensó
que lo primero era encontrar comida para reparar energías y eso le ocupó toda
la mañana, total según sus cálculos el colibrí se encontraría quizás dónde o
muy lejos aún.
Lo cierto es que cuando el cóndor se propuso alzar vuelo
para continuar la competencia se encontró con el colibrí que ya venía de
regreso con la señal de la tundra en el pico, como para no dudar de su
capacidad.
El cóndor no lo podía creer y de modo vehemente se apuró en
alzar vuelo para llegar al punto más lejano de la madre tierra del norte y
encontrar la posta que debía portar hasta la meta, en su mente no existía otra
cosa que ganar.
Cuando el colibrí llegó prácticamente a la meta vio que el
cóndor venía muy rasante por detrás con la prueba en el pico.
El colibrí que esperó a su amigo para cruzar juntos la meta
y sin sentirse victorioso le dijo:
-ambos hemos venido juntos a este mundo y por ello en esta
competencia no hay perdedores, hoy ambos somos ya maduros y nuestra amistad
será imperecedera, hoy eso hemos ganado.
Arnaldo Quispe
Nota: Si deseas puedes compartir este aporte, solo te pido
que cuando lo hagas menciones la fuente y el autor, de este modo lograremos
sincronizar y dejar fluir estas gotitas de esperanza y amistad hasta confines
impensados.
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