Se trataba de un importante funcionario.
Llevaba una vida
muy agitada y decidió pasar unos días en el monasterio budista.
Fue allí y se
instaló en uno de sus aposentos.
Durante tres días habló y habló con uno de los bonzos que le
resultaba más agradable, pues se trataba de un hombre bonachón, de carácter
apacible y bondadoso.
Al tercer día de estancia, al anochecer, el funcionario tomó un buen número de copas de vino y con voz entrecortada se atrevió a recitar un poema que decía:
‘Al pasar por un monasterio perdido entre los bambúes, me detuve a conversar con el bonzo. Lejos de mi agitada vida, gocé de un momento de descanso.’
Entonces el bonzo comenzó a reír.
Preguntó extrañado el importante funcionario.
-¿Por qué se ríe de tal manera?
Y el monje repuso:
-Porque su momento de descanso me ha costado a mí tres días completos de cansancio.
Al tercer día de estancia, al anochecer, el funcionario tomó un buen número de copas de vino y con voz entrecortada se atrevió a recitar un poema que decía:
‘Al pasar por un monasterio perdido entre los bambúes, me detuve a conversar con el bonzo. Lejos de mi agitada vida, gocé de un momento de descanso.’
Entonces el bonzo comenzó a reír.
Preguntó extrañado el importante funcionario.
-¿Por qué se ríe de tal manera?
Y el monje repuso:
-Porque su momento de descanso me ha costado a mí tres días completos de cansancio.
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