Cuando los
dragones se aman se desatan los maremotos, los volcanes lanzan un fuego
endemoniado y los huracanes largan una furia que hace pensar que ha llegado el
fin del mundo.
Por eso a
veces, para amarse sin molestar a nadie, vuelan hasta el cielo más alto, donde
las estrellas casi están al alcance de la mano.
Y los dragones creen que el mundo queda en calma.
Y los dragones creen que el mundo queda en calma.
Pero se
equivocan.
Entonces
caen rayos y centellas, el cielo parece desplomarse con truenos aterradores,
las estrellas fugaces y los cometas de largas colas luminosas corren de un lado
para el otro sembrando el pavor, y los tornados enfurecidos se tragan medio
mundo.
O la luna o el sol parecen borrarse lentamente en el cielo y todos dicen que hay un eclipse, dando minuciosas explicaciones de cómo la tierra se coloca entre el sol y la luna o la luna delante del sol y etcétera.
Vanas explicaciones.
O la luna o el sol parecen borrarse lentamente en el cielo y todos dicen que hay un eclipse, dando minuciosas explicaciones de cómo la tierra se coloca entre el sol y la luna o la luna delante del sol y etcétera.
Vanas explicaciones.
Las dicen
los que nunca miran bien.
Si mirasen
bien verían claramente la figura de dos dragones que se aman y que van tapando
la luz de los astros según se acerquen o se alejen.
Cada vez que alguien piense que está llegando el fin del mundo sólo tiene que abrir los ojos de mirar bien.
Cada vez que alguien piense que está llegando el fin del mundo sólo tiene que abrir los ojos de mirar bien.
Los ojos
grandes de mirar lejos.
Y no creer
en tonteras.
Pero eso no
es nada fácil.
Gustavo Roldán
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