Después de ver amanecer, tomé mi navío y emboqué ilusionado
a la bahía pequeña situada junto al puerto, y de allí puse rumbo a
Izaro. Seis millas me separaban de la isla. Navegué a una velocidad aproximada
de 6 a 7 nudos/hora, con un viento de proa Noroeste, de fuerza 4 en la escala
Beaufort. Las olas, con mar de fondo de 1,5 metros, batían la amura de babor.
Me coloco en la bañera del navío, en la popa, a barlovento,
recibiendo directamente el aire fresco en la cara. La espuma mezclada con la
brisa fresca rezuma y alcanza mi tez produciendo una sensación de placer. Veo
la dificultad de la navegación, dudo un instante y decido continuar.
Cierro los ojos y la boca, exponiendo cara y torso al agua.
Una y otra vez las olas, al llegar a la amura, y debido a la escora y al
viento, hacen saltar finísimas gotas de agua marina impregnada de sal, con olor
a alga, a ozono, a mar, que impacta en mi cuerpo.
¡Que gusto, que placer!, poco a poco va subiendo la cantidad
y potencia del agua que entra en contacto con mi cuerpo, de modo que me empapo
entero. Pero no me importa, y disfruto con los elementos. Son sensaciones positivas,
de placer, de tranquilidad, y así, navego con serenidad, paz, armonía, y sobre
todo con libertad.
No existe riesgo. La fuerza del viento se mantiene, y la
embarcación, en un movimiento de suave vaivén cruza rauda las escasas millas a
destino. He disfrutado, me he relajado, he entrado en contacto con mi yo
interior.
Quizás el yodo y el sodio contenido en el agua marina hayan
ayudado a mi relax. Tal vez mis ganas de entrar en contacto directo con la
madre naturaleza hayan hecho que me integre de tal modo en ella, que me haya
olvidado del mundo en que vivo. Puede que otros, más prudentes, hubieran vuelto
y no recorrido el camino. O que las dificultades del viento, oleaje y marea
hubieran hecho a muchos abandonar y no partir.
Yo me alegro de haber reaccionado bien ante las supuestas
dificultades, y haberlas utilizado para llegar a destino mucho mejor de cómo
partí.
En la isla medité algunas reflexiones rodeado de gaviotas
argénteas de pico amarillo, teniendo la suerte de observar a una familia
de alcatraces y varias pardelas.
Mis pensamientos me llevan a mis emociones, que son
positivas y hacen sentirme bien. Doy gracias por ello y me dirijo a la
embarcación para iniciar el regreso. Ahora el viento sopla de popa, por atrás.
¡Que distinto!, que fácil navegación, suave, sin contratiempos, sin
dificultades… El barco parece recorrer otra ruta, pero no, es la misma, a la
inversa, en el otro sentido. Las olas llegan ahora por estribor y casi no
levantan espuma. El agua marina ya no me moja, no me empapa, y casi no se nota
el avance del barco.
Las mismas millas, la misma ruta, el mismo barco, la misma
persona, pero distinto sentido. ¡Que diferentes sensaciones!
Llego pronto a puerto. Amarro en la dársena y pienso,
reflexiono sobre la experiencia recién vivida…. Medito sobre lo importante que
es para todos nosotros saber navegar nuestra vida, recorrer el camino, abordar
positivamente las dificultades que surgen a diario, nuestras particulares
circunstancias… en los 2 sentidos, en el de la ida (en este caso exigente,
difícil, pero satisfactoria), y en el de vuelta (en este caso moderada,
fácil y suave).
Parto y sueño con volver a repetir la experiencia.
Jabo
http://sepositivosiempre.blogspot.com.ar/2012/02/trayecto-de-ida-y-vuelta.html
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