Cuando envejecemos, frecuentemente solemos estar
orgullosos de lo que hemos hecho.
Cuando otros escuchan a alguien que relata con orgullo
algo que ha hecho, suelen sentirse cohibidos porque no saben si esos recuerdos
son subjetivos.
Saben que lo que esa persona les ha contado y quizás no
sea exactamente lo realizado, en ocasiones surgen las dudas.
Es más, cuando se esta tan orgulloso de lo hecho, ese
orgullo suele crear ciertos problemas.
Con tales repeticiones de los recuerdos, la personalidad
va deformándose paulatinamente hasta generar una persona testaruda y en un
punto engreída.
Este es un ejemplo de lo que ocurre cuando el pensar deja huellas en nosotros.
Desde ya, no hay que olvidarse de lo hecho, pero el recuerdo no debe dejar huellas sobrantes.
Este es un ejemplo de lo que ocurre cuando el pensar deja huellas en nosotros.
Desde ya, no hay que olvidarse de lo hecho, pero el recuerdo no debe dejar huellas sobrantes.
Dejar huellas no es lo mismo que recordar algo.
Es necesario recordar lo que uno ha hecho, pero no conviene apegarse a lo hecho en ningún sentido especial ni esencial.
Eso que llamamos "apego" no es más que las huellas que nos dejan el pensamiento y la actividad.
Es necesario recordar lo que uno ha hecho, pero no conviene apegarse a lo hecho en ningún sentido especial ni esencial.
Eso que llamamos "apego" no es más que las huellas que nos dejan el pensamiento y la actividad.
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