Hace mucho tiempo, llegó un comerciante de metales preciosos y
joyas a una pequeña aldea y, como era día de mercado, decidió exponer
allí su producto, bellas filigranas de oro pulido adornadas con
diamantes, pero la gente que pasaba, se escandalizaba
por el precio tan alto, preguntándole
- ¿cómo puedes vender el carbón
tan caro? –
Sin comprender nada, el comerciante replicaba:
- Señoras y
señores, esto no es carbón, es oro de la mejor calidad –
No obstante,
pensando que era un timador, el alguacil lo sacó de allí a palos, le dio
una buena tunda y lo dejó medio muerto a la vera del camino. Pero por
suerte, un pastor que fue testigo de la escena, se apiadó de él y lo
recogió, lo llevó a su casa y vendó sus heridas hasta que estuvo
repuesto.
Así, el mercader le contó lo que había sucedido, a lo que el
pastor repuso:
- No te preocupes, amigo mío, seguramente alguien antes
que tú estuvo aquí y convenció a toda esa gente de que el carbón era oro
y el oro carbón. Así, aquel bribón hizo su negocio y se marchó para no
volver jamás. Ahora llegas tú, con el brillo de la verdad, y fue
demasiado para ellos, por eso no te creyeron y prefirieron seguir
viviendo en su mentira antes de aceptar su error. Por eso te apalearon e
incluso tienes suerte de seguir con vida, porque la mayoría de las
veces la gente prefiere vivir en una cómoda mentira antes que aceptar
una verdad que cambiaría por completo el rumbo de sus vidas
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