domingo, 11 de mayo de 2014

El Mar


Necesito del mar porque me enseña: no sé si aprendo música o conciencia: no sé si es ola sola o ser profundo o sólo ronca voz o deslumbrante suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido de algún modo magnético circulo en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas como si algún planeta tembloroso participara paulatina muerte, o, del fragmento reconstruyo el día, de una racha de sal la estalactita y de una cucharada el dios inmenso.

¡Lo que antes me enseñó lo guardo!
Es aire, incesante viento, agua y arena.

Parece poco para el hombre joven que aquí llegó a vivir con sus incendios, y sin embargo el pulso que subía y bajaba a su abismo, el frío del azul que crepitaba, el desmoronamiento de la estrella, el tierno desplegarse de la ola despilfarrando nieve con la espuma, el poder quieto, allí, determinado como un trono de piedra en lo profundo, substituyó el recinto en que crecían tristeza terca, amontonando olvido, y cambió bruscamente mi existencia: di mi adhesión al puro movimiento.




Pablo Neruda

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