En cierta ocasión, un maestro sufí,
habiendo terminado de instruir a tres de sus discípulos, les entregó a cada uno
un frasquito con esencia de almizcle y los despidió.
Cuando regresaron a casa, dos de ellos guardaron el frasquito sin prestarle
atención, pero el tercero lo abrió y cada día se perfumaba con él, echándose
unas gotas.
Al cabo de unos años, el primer discípulo, acordándose del regalo de su
maestro, lo buscó, pero nunca pudo encontrarlo porque no recordaba dónde lo
había guardado.
El segundo, al encontrarlo, lo abrió, pero descubrió con sorpresa que el
perfume se había evaporado.
Sólo el derviche que había estado utilizando el perfume todos los días,
llegó a ser como su maestro.
A “oler” como su maestro, tanto fuera como por dentro.
El perfume, en esta historia, representa la
comprensión de la sabiduría y la constancia en la práctica
espiritual.
El discípulo que perdió el frasquito es como el turista espiritual, que aunque se rodea de lo mejor de nuestro mundo, sin embargo no tiene la determinación de aprovechar lo que se le ha revelado.
El segundo discípulo es quien, aunque encontró el frasquito, fue demasiado tarde, porque perdió el tiempo atrapado por la pereza, la duda y las tretas de este mundo.
El tercero, sin embargo, fue fiel a su maestro, siguió sus consejos y realizó sus prácticas.
Éste es el verdadero Hijo de los Victoriosos, porque supo valorar y aprovechar lo que se le ofreció, heredando, mediante su trabajo el manto de los Vencedores.
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