Cada dos o tres días bajábamos con
el maestro a la aldea vecina para pasear y tomar un refresco en alguna de las
teterías y restaurantes.
En cierta ocasión, dos hombres se
acercaron a Shi-fu con un libro entre las manos y le preguntaron si conocía la
Palabra de Dios.
Nosotros nos extrañamos, pues todos
sabían que mi maestro era un gran erudito Taoísta.
Entonces Shi-fu cogió el
libro que le ofrecían, miró sus tapas y dijo:
- Yo no busco a Dios en un libro
escrito por hombres, sino en mi interior, pues yo soy la obra de Dios, no de
ningún hombre. Es más seguro buscar a Dios en Su creación que en la creación de
otros, aunque aseguren venir de parte de Él
- ¡Pero este libro fue escrito por
Dios!
replicó uno de ellos.
Entonces Shi-fu, mirando de nuevo el
libro, le dio la vuelta y se lo devolvió diciendo:
- Pues para estar escrito por Dios,
tiene letra de imprenta
Y sin decir una palabra más, se
alejó de allí.
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