El Maestro sufí
Ibrahim Jawas oyó cierta vez hablar de un monje cristiano que llevaba en
clausura setenta años.
Al ser habitual
la clausura de cuarenta, conducido por la curiosidad de saber qué gran
motivación había llevado a aquel hombre a realizar tal proeza, fue a Roma a
buscarle.
Pero, al
acercarse a su retiro, el anciano abrió una ventana de su cabaña y le dijo:
- ¡Oh Ibrahim,
sé para lo que has venido! Pero has de saber que no me he retirado a una vida
ascética por gusto, sino porque hay un lobo dentro
de mí con una pasión agitada.
Todos estos años llevo vigilando al animal para que
no haga daño a nadie.
Por eso, ya ves que no soy lo que tú esperabas.
Al oír
hablar al monje, dijo el Maestro Jawas
- di gracias a Dios por haber encontrado a aquella
persona santa, quien me despidió con un consejo: ¿Hasta cuándo vas a estar
buscando hombres Santos?
¡Búscate a ti mismo! Y al encontrarte, sé tu propio
guardián.
Porque cientos de veces al día la pasión se viste
de santidad para llevar al hombre hacia su perdición.
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