Aunque en su interior atesoraba el
amor más puro y hermoso, la mayoría de los hombres que se acercaron a su vida
buscaban disfrutar del deseo que les despertaba la perfección de su cuerpo.
Y Chiyono descubrió que no había hombre que pudiera corresponder a su amor; que el único amante que podía ver lo que los ojos velaban era el amor divino.
Y Chiyono descubrió que no había hombre que pudiera corresponder a su amor; que el único amante que podía ver lo que los ojos velaban era el amor divino.
Y vagó de monasterio en monasterio,
y en todos recibió la misma negativa.
Su belleza sólo podría alterar la tranquilidad
de los monjes, y hasta era posible que consiguiera con su sola presencia que
más de uno abandonara la austeridad y el silencio.
Chiyono, cansada de ser valorada sólo por su aspecto, deformó su cuerpo sometiéndolo a dolorosas quemaduras.
Chiyono, cansada de ser valorada sólo por su aspecto, deformó su cuerpo sometiéndolo a dolorosas quemaduras.
Su rostro, de piel aterciopelada y blanco
perla, era ahora carne viva y purulenta.
Tras recuperarse de sus heridas,
decidió volver a visitar los monasterios que antes le habían cerrado sus
puertas.
Al ver su aspecto y conocer el porqué de su estado, los monjes aceptaron respetuosamente su presencia y valoraron su deseo de volcar su vida al despertar divino.
Cuando pudo por fin dedicarse a lo que quería, estuvo años -década tras década- realizando las mismas rutinas, pacientemente, intentando mantenerse alerta a las indicaciones de los maestros y a sus propias experiencias.
Al ver su aspecto y conocer el porqué de su estado, los monjes aceptaron respetuosamente su presencia y valoraron su deseo de volcar su vida al despertar divino.
Cuando pudo por fin dedicarse a lo que quería, estuvo años -década tras década- realizando las mismas rutinas, pacientemente, intentando mantenerse alerta a las indicaciones de los maestros y a sus propias experiencias.
Su vida era bien sencilla; pero
había aprendido que no eran las actividades en sí las que daban plenitud y
sentido a la vida, sino la actitud con que éstas se realizaban.
De sus maestros había aprendido también a observarse al caminar… al fregar el suelo… al preparar la comida… al meditar sentada frente a un muro carente de objetos… Observaba su aburrimiento, su tristeza, su ira, su sueño… y
sabía que en la realidad iluminada nada de esto era de ella… Si se aburría, se decía: "el aburrimiento está pasando por mí"… Si reaccionaba con ira, no la reprimía ni justificaba; se observaba y se decía: "la ira está pasando
por mí".
De sus maestros había aprendido también a observarse al caminar… al fregar el suelo… al preparar la comida… al meditar sentada frente a un muro carente de objetos… Observaba su aburrimiento, su tristeza, su ira, su sueño… y
sabía que en la realidad iluminada nada de esto era de ella… Si se aburría, se decía: "el aburrimiento está pasando por mí"… Si reaccionaba con ira, no la reprimía ni justificaba; se observaba y se decía: "la ira está pasando
por mí".
Y así estuvo años y más años,
intentando ir más allá de la aparente repetición de la rutina, para descubrir
la cualidad de frescura y espontaneidad que tenía, no lo acción en sí (fuera o
no fuera nueva), sino la vivencia constante en el eterno presente.
Una noche, realizando una de las
tareas propias de su rutina, fue a buscar agua a un pozo cercano.
Tras llenar el destartalado cubo,
se dispuso a llevarlo con calma y cuidado para no perder parte de su preciado
contenido durante el camino.
La noche, de nubes y claros, estaba
tenuemente iluminaba por el resplandor de una hermosa luna llena.
Chiyono alternaba su vista en el
suelo, la Luna y el reflejo oscilante de ésta en el agua del balde.
De repente, mientras observaba el
reflejo de la luna en el agua, tropezó, cediendo las asas y rompiéndose al
impactar contra el suelo.
Durante unos instantes, la monja
Chiyono permaneció inmóvil, observando los restos del cubo y cómo el agua se filtraba
poco a poco en las porosidades del suelo… Luego, miró directamente a la luna… Y
en ese sencillo percance, tras años de esfuerzo, paciencia y tenacidad, Chiyono
se iluminó.
Rememorando lo que sintió en ese
instante, escribió:
De
un modo y otro traté de mantener el cubo íntegro,
esperando que el débil bambú nunca se rompiera.
esperando que el débil bambú nunca se rompiera.
De
repente, el fondo se cayó.
No más agua; no más reflejo de la luna en el agua:
No más agua; no más reflejo de la luna en el agua:
Vaciedad
en mi mano.
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