Cuando era niño estaba enamorado de los dragones.
Los dibujaba a todas horas, inventaba cuentos sobre ellos e
imaginaba cómo serían.
No obstante, en cierta ocasión, un compañero del colegio me
preguntó:
- Si los dragones de verdad no son como tú piensas
¿realmente querrías encontrarte con uno?
Aquella pregunta me hizo dudar.
Tenía que elegir entre una verdad que yo había construido
según mis sueños
y mis expectativas.
Una realidad mágica y misteriosa, llena de bosques encantados, ciudades celestiales y montañas de picos nevados en las que se guardan antiguos secretos.
Una realidad mágica y misteriosa, llena de bosques encantados, ciudades celestiales y montañas de picos nevados en las que se guardan antiguos secretos.
Una realidad en la cual los dragones eran centinelas de
fabulosos tesoros, custodios de princesas y enemigos consumados de los
caballeros perfectos,
o la cruda realidad de un mundo gris donde la magia no
existía.
¡Entonces lo comprendí!
Sin duda prefería vivir mi realidad, en la cual podía ser
quien yo quisiera, a una verdad sin fantasía, sin aventuras y sin sueños.
Autor Desconocido
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