Nuestra condición humana espera el reconocimiento.
Al
ego le gusta la alabanza y la disfruta como una caricia, como si se
tratara de un caramelo espiritual.
El caramelo puede ser dulce, pero ¿se
puede vivir comiendo caramelos?
Para ser realmente libre, el deseo de conocer y experimentar la verdad debe ser más fuerte y de mayor envergadura al de sentirse bien.
Sin poner atención a
estos detalles será fácil caer en una percepción distorsionada de lo que es
real y el sentido profundo de nuestra integridad se verá comprometida.
La verdad solo libera a quien está preparado para
transitarla con humildad.
Ir corriendo los velos que dejan al descubierto la
verdad implica despojarse de las ideas arraigadas, creencias y sueños
infantiles.
La mala noticia es que suele causar dolor.
La libertad de la
comprensión que integra el pensamiento y el sentimiento es mucho más que paz y amor.
El
verdadero desafío es saber si estamos preparados a sentirnos a la intemperie
abandonando todas las adicciones emocionales que incluyen también el poder que
proporciona el carisma.
Todo se vuelve muy real cuando logramos ver la resistencia
que opone el ego a dejar caer sus máscaras.
El desafío separa al verdadero
buscador del simple mendigo de significado.
Para SER auténticamente el YO real
hay que estar preparado a ser nadie previamente.
En la libertad de la expresión auténtica y espontánea del
ser no hay violencia ni control.
Nadie puede darnos la fuerza de carácter
necesaria para transitar el camino:
Solo la integridad y la honestidad nos
llevarán a la otra orilla.
La expresión consistente del grado de
conciencia se deja ver en cuánta humanidad y compasión contiene nuestro
comportamiento y acciones.
Lo demás es solo un discurso atractivo.
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