Tina Modotti no está sola frente a sus
inquisidores. La acompañan, de un brazo y del otro, sus camaradas Diego
Rivera y Frida Kahlo: el inmenso buda pintor y su pequeña Frida, pintora
también, la mejor amiga de Tina, que parece una misteriosa princesa de
Oriente pero dice más palabrotas y bebe más tequila que un mariachi de
Jalisco.
Frida ríe a carcajadas y pinta espléndidas telas al óleo desde el día en que fue condenada al dolor incesante.
El primer dolor ocurrió allá lejos, en la
infancia, cuando sus padres la disfrazaron de ángel y ella quiso volar
con alas de paja; pero el dolor de nunca acabar llegó por un accidente
en la calle, cuando un fierro de tranvía se le clavó en el cuerpo de
lado a lado, como una lanza, y le trituró los huesos. Desde entonces
ella es un dolor que sobrevive. La han operado, en vano, muchas veces; y
en la cama del hospital empezó a pintar sus autorretratos, que son
desesperados homenajes a la vida que le queda.
Eduardo Galeano - Memoria del Fuego III. El Siglo del viento.
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