En cierta ocasión, un
peregrino, habiendo estudiado y participado de todas las religiones existentes,
desencantado, reconociendo que ninguna había podido calmar del todo su sed
dándole respuestas certeras, buscó, en la cima del Himalaya, al hombre que
tenía fama de ser el más sabio del mundo.
Tras algunos años en esta
empresa, cuando por fin lo encontró, se echó a sus pies y le dijo:
-Señor, llevo buscando la Verdad desde hace tanto
tiempo que ya casi no puedo recordarlo, pero en cambio, lo único que he
encontrado son dogmas de fe, verdades a medias y las ansias del ser humano por
dar forma a lo incomprensible a través de su propia ignorancia ¿Podría usted
ayudarme?
El santo, mirándole a los
ojos, respondió:
-Hijo, tengo dos noticias
para ti.
La primera es que, en este
misterio que es la vida, estás completamente solo.
La segunda noticia es que,
por mucho que algunos quieran hacerte creer que tienen respuestas, lo cierto es
que, ante este gran enigma, todos estamos tan solos y desconcertados como tú.
Así que ya ves que no
puedo ayudarte
El peregrino, bajando la
cabeza, asumió la información pero, como ya era tarde y podría ser peligroso
bajar de la montaña a esas horas, pidió permiso al sabio para dormir en alguna
de las celdas vacías del monasterio.
Al día siguiente, cuando
fueron a despertarle, le encontraron sin vida, colgado de una soga, con una
nota que decía:
- Voy a buscar esas respuestas al único lugar que
todavía me queda por explorar.
Por favor, no me esperéis, ni me sigáis.
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