Había una vez un burro que se llamaba Bruno.
Vivía con su dueño, un hombre mayor llamado Deogracias.
Bruno y su amo iban todos los días al campo a trabajar las
tierras, las cuidaban para que no salieran malas hierbas, araban y sembraban
para luego recoger la siembra.
La labor de Bruno era muy importante, pues gracias a él,
Deogracias no se cansaba tanto, pues era Bruno el encargado de las tareas más
duras.
Hoy, como todos los días, Bruno y Deogracias estaban en el
campo, y mientras su amo descansaba, echándose la siesta bajo un árbol, Bruno
aprovechó para comer algo. Inesperadamente, algo apareció de debajo de la
tierra donde comía Bruno… parecía un topo!! -¿Pero tú qué haces comiendo de mi
tierra? burro tonto… ¿no ves que es propiedad privada!?! Vamos! Fuera de
aquí!!-, dijo el topo.
Entonces, el burro Bruno contestó:
-Perdone señor topo, pero esta tierra es de mi amo, y yo
puedo comer todo lo quiera. Desde luego, que no me voy a quitar, y es más, veo
que ha intentado engañarme…
Entonces, el topo se quedó sorprendido al ver que no había
conseguido engañar al burro, parecía ser más inteligente que otros burros a los
que conocía… pensaba el topo.
-No te enfades burro, que no era mi intención engañarte, no
sabía que esta tierra era de tu amo…- respondió el topo.
Y Bruno, el burro, le contestó:
-me gustaría decirte solo una cosa topo, no está bien querer
aprovecharse de los demás, y tú has pensando que los burros somos muy tontos, y
debo decirte que no es así, y que no hay que tener prejuicios.
Así fue como el topo se volvió a meter en su madriguera,
sonrojado y reflexionando sobre lo ocurrido.
Nuestro querido amigo el burro Bruno, le había dado una
lección al topo muy valiosa: no hay que ir engañando a nadie, pues conseguirás
más cosas si eres buena persona y honesto.
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