En el monte Heber; un monte que existe solo en sueños, ubicado entre el pueblo y la montaña del Dios Torquián, es donde da comienzo esta historia.
Un niño de corazón vagaba solo entre la espesa niebla del monte Heber.
Buscaba un destino que lo abrazara
y lo mimara para siempre.
Una historia para contar, para
existir, para recordar, para inmortalizar.
Pronto, tuvo la idea de escalar la
montaña perdida del Dios Torquián.
La más temida por todas las razas.
Cuando el niño descendió del monte
Heber, para contar lo que pretendía hacer, muchos fueron los que le dijeron que
tal obra no tenía fundamento y que se trataba de una locura.
Pero el niño de corazón solo quería
seguir los pasos que dejaban sus sentidos.
Una mañana, la más fría, ya no logró contenerse.
Una mañana, la más fría, ya no logró contenerse.
Atravesó el monte Heber con destino
a la montaña perdida del Dios Torquián.
Comenzó a escalar con gran
esfuerzo.
Algunos de lengua fácil solían
comentar mientras lograban ver al niño escalar:
-¡Que triste! ¡Pobre niño de
corazón, semejante esfuerzo hacia la nada! ¡Qué manera de derribar el tiempo!
¿Qué es lo que buscará?-.
El niño de corazón fue perdido de vista al poco tiempo.
El niño de corazón fue perdido de vista al poco tiempo.
Y por largo tiempo no se supo nada.
Algunos viajeros que estaban de
paso contaban la historia de un niño que había hallado su mundo, siendo muy
feliz en él.
Al escuchar esto algunos creyeron
que la montaña estaba bendita.
Ya sin miedo tomaron sus
pertenencias y partieron en busca de esa felicidad.
Pero volvían desilusionados,
defraudados.
Algunos comentaban que el niño de
corazón estaba loco.
Otros, que la montaña solo fue
hecha para él.
Lo único cierto, es que de vez en
cuando, algunos se tomaron la costumbre de visitarlo cada tanto.
Querían escuchar sus historias, y
hasta descendían contagiados por la magia del lugar.
Montaña que ya no era del Dios
Torquián, sino, del niño de corazón.
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