En tierras lejanas, tan lejanas como su
misma historia, entre colinas de silencio y aire de extraños, comienza una
aventura común a todos los días: “el amanecer”.
Nacen nuevas ilusiones y mueren aquellas
que la tristeza dejó escapar, esa tristeza que a veces se deja acostumbrar.
Pero no hay un solo día en que él no se
levante.
Observando el horizonte, aquella hermosa
luna que tanto quisiera alcanzar, medita una y otra vez que hoy será un buen
día.
Toma sus armas y sale de caza.
La selva siempre es peligrosa.
Lo inesperado llega y la rutina se deja
confiar.
Todas las mañanas besa por última vez a su
mujer soñando que logra regresar.
Antes de salir mira hacia atrás y vuelve a
meditar “quizá hoy sea un buen día”
Su amigo aguarda como siempre en el umbral,
con su mirada al infinito.
Al único lugar que puede permitirse mirar.
Una sola idea; volver a casa.
Ningún amanecer es fácil en este mundo tan
particular.
Pero la noche, la noche nunca los debe de
alcanzar.
El temor a la risa de la noche está bien fundado.
Nunca deben permitir que el manto oscuro
los venga a abrigar, pues dicen que en vastas ocasiones solo te desea asfixiar.
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