La consciencia es como una hoja de papel en blanco; limpia,
inmaculada y capaz de albergar en ella parte de la Eternidad.
No obstante utiliza el lenguaje del mar, que es la constante
búsqueda de respuestas, topándose con el cielo, cuyo único lenguaje es el
silencio.
Así, el mar debe hacerse cielo si quiere comulgar con el
infinito y llegar a descubrir sus secretos.
Pero, para oír el silencio, primero debemos dejar de prestar atención al sonido de nuestro propio oleaje, y para ello necesitamos hacer que nuestra concentración se vuelva tan fina como sutiles son las palabras del firmamento.
Pero, para oír el silencio, primero debemos dejar de prestar atención al sonido de nuestro propio oleaje, y para ello necesitamos hacer que nuestra concentración se vuelva tan fina como sutiles son las palabras del firmamento.
Así, para albergar la Eternidad, debemos hacernos también
eternos, y para albergar el Todo, debemos empezar a comprender que, sin ser el
Todo, formamos parte de Él y Él de nosotros.
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