... Había una vez un gran guerrero, valiente y fuerte como pocos que se llamaba Copahue.
La gente de la tribu de Copahue se había instalado
en la zona norte de la provincia de Neuquén, cerca de la Cordillera de los
Andes, y hacía allí se dirigía el gran guerrero junto con sus compañeros,
venían desde el otro lado de la Cordillera del Viento, volvían de un viaje a
Chile.
A pesar de que todos eran muy fuertes y estaban
acostumbrados por que habían hecho ese mismo camino muchas veces, el viento que
soplaba les estaba dificultando la travesía.
Copahue asentaba bien cada uno de sus pies en el
terreno y avanzaba con la cabeza gacha y los ojos entrecerrados. Sus guerreros
hacían lo mismo pero alguno que otro trastabillaba y caía.
El viento comenzó a hacerse cada vez más fuerte y
luego se unió con la lluvia. La tormenta desencadenó toda su furia. La
cordillera entera comenzó a temblar y grandes rocas caían por las laderas
arrastrando a quien se encontrara a su paso.
El frío se hizo presente y comenzó a entumecer los
miembros agarrotados de la expedición, lo que hacía aún más dificultosa la
marcha.
De pronto se escuchó un gran rugido y una avalancha
de piedra y tierra cayó en medio del grupo.
Cuando Copahue abrió los ojos, vio que estaba solo.
La tormenta ya había cesado y el rojizo sol de la tarde apenas alumbraba por
arriba de las cimas de los cerros de la cordillera.
Se puso de pie y comenzó a caminar sin sentido,
pues los golpes lo habían desorientado.
De pronto vio que sobre la ladera de un cerro había
un toldo y de éste se escapa el resplandor de un fuego.
Caminó directo hacia allí lo más rápido que pudo,
pero las lastimaduras lo obligaron a detenerse algunas veces para recobrar el
aliento y aguantar el dolor.
Cuando por fin llegó, abrió el cuero que servía de
puerta y allí vio a una joven hermosa, la mujer más bella que jamás había visto
en toda su vida.
—Puedes pasar Copahue.
El hombre entró sabiendo que se hallaba ante un ser
mágico: un hada.
—Mi nombre es Pirepillán y no te preocupes por tus
heridas porque las atenderé.
Copahue se dejó guiar por la muchacha que pronto le
examinó las heridas, lo lavó y le colocó diversas hierbas y ungüentos. También
le dio de beber una infusión con hierbas curativas y pronto se quedó dormido.
Cuando despertó ella estaba a su lado, mirándolo
con una sonrisa.
—Ahora recuerdo quién eres, alguna vez te han
llamado el Hada de la Nieve.
—Muchos nombres tengo, para ti seré Pirepillán.
El guerrero asintió y al moverse se dio cuenta que
sus heridas ya no estaban.
—Ahora debes irte, pero antes de hacerlo debo
decirte que llegarás a ser muy grande, el más poderoso de tu pueblo... pero
también te diré que eso te costará la vida.
Copahue agradeció el mensaje y las atenciones
recibidas, luego la saludó y partió.
A poco tiempo de llegar, fue elegido como el nuevo lonko
(jefe) de la tribu y dirigió muchas batallas de las que siempre salió
victorioso.
Muchas tribus que lo consideraban invencible
eligieron unírsele antes que enfrentarlo y la fama de Copahue trascendió de
boca en boca.
Pero a pesar de todas sus victorias, el corazón de
Copahue estaba acongojado porque después de haber conocido al hada Pirepillán,
ninguna otra mujer podía satisfacerlo. Amaba algo que no podía alcanzar y ese
deseo incumplido le quitaba el sueño por las noches.
Un día llegó a su tribu un mapuche que le contó que
tenía noticias sobre el Hada de la Nieve.
—Dime todo lo que sepas —le gritó Copahue a manera
de orden.
El hombre entonces dijo:
—El Hada de la Nieve está prisionera, ha sido
raptada por dos monstruos terribles.
Uno es un puma con dientes tan afilados que pueden
cortar el viento. La otra criatura es un cóndor con dos cabezas tan grandes que
puede comerse a medio hombre de un solo picotazo.
—Iremos a rescatar al hada Pirepillán.
Los más ancianos y sabios se reunieron a su
alrededor y le dijeron:
—Eres un valiente guerrero pero tus palabras no son
sabias. La expedición que quieres llevar adelante obedece únicamente a tu deseo
personal por Pirepillán, no para traer un bien a la comunidad.
—Es un hada que me salvó de la muerte.
—No sólo tendrás que vencer a esos dos monstruos,
sino que tendrás que subir el volcán donde se encuentra. No puedes ir sin
magia, necesitas un talismán poderoso que te proteja.
—No hay tiempo para preparar nada, en cuanto mis
hombres estén listos partiré, y si no lo están, partiré solo.
Copahue hizo oídos sordos a los consejos de los
ancianos y dirigió la expedición. Cuando llegó al pie del volcán, se despidió
de sus hombres y comenzó a subir solo.
Al principio el ascenso fue fácil, pero a medida
que iba subiendo las paredes comenzaron a ser más lisas, sin ningún agujero o
saliente donde aferrarse o donde apoyar el pie. El viento que soplaba parecía
querer empujarlo hacia el fondo y los dedos de las manos comenzaron a
agarrotárseles por el frío.
Los hielos salientes eran filosos y Copahue sintió
el dolor de las heridas del frío. Y cuando sus esperanzas comenzaron a
desvanecerse le rogó a Nguenechén que lo ayudara a cumplir con la tarea.
Cuando terminó la oración abrió los ojos y frente a
él había una grieta que bien podía ser la entrada a una caverna. Copahue se
metió por allí y no había avanzado más que unos metros cuando una sombra se
proyectó sobre él, se arrojó a un costado justo a tiempo. Un gigantesco puma
con los colmillos más largos y filosos que jamás hubo visto había intentado
matarlo.
Copahue no tuvo miedo y enfrentó la mirada de la
bestia y cuando ésta se lanzó con sus zarpas y colmillos dispuestos a
devorarlo, Copahue extendió su lanza hacia delante y la sostuvo con fuerza y el
cuerpo del monstruo no tardó en atravesarla. Luego el guerrero empujó a la
fiera hasta el borde del acantilado hasta que finalmente desapareció en el
precipicio.
Se volvió hacia el fondo de la gruta donde pronto
encontró a Pirepillán, que a pesar del cautiverio estaba tan hermosa y radiante
como la había visto la primera vez, pero antes de que lograran unirse en un
abrazo el Hada de la Nieve le gritó:
¡Cuidado!
Copahue se agachó justo a tiempo para esquivar los
mortíferos picotazos del Cóndor de Dos Cabezas. El guerrero no perdió tiempo y
pronto desenfundó su pequeño pero filoso cuchillo con el que, con dos rápidos
movimientos, decapitó ambas cabezas del ave infernal.
Pirepillán salió del agujero en la roca que se
había metido para evitar el ataque de esos dos monstruos y corrió al encuentro
de su amado guerrero.
¡Copahue! —exclamó la hermosa muchacha rodeándolo
con sus brazos.
El cacique no pudo menos que abrazarla y la retuvo
así un largo rato, ya que su más profundo deseo se había convertido en
realidad.
—Vámonos, mis hombres me están esperando.
—Espera, conozco un camino más fácil, encontraremos
a tus hombres una vez que lleguemos abajo.
El guerrero asintió y siguió a su amada por una
pendiente estrecha.
Al poco de andar vio que el camino comenzaba a
relucir cada vez más hasta que se dio cuenta que estaba en una gruta de oro.
¡Éste es el famoso tesoro del volcán! —exclamó
Copahue.
Pirepillán se volvió para mirarlo y dijo:
Así es, pero no has venido por el tesoro, has
venido por mí.
El cacique miró al hada y luego el oro, por un
momento la duda embargó su mente, pero luego el amor de su corazón fue más
fuerte y dijo:
Tú eres mi tesoro —y continuó caminando.
Rápidamente llegaron al exterior y luego de bordear
el volcán encontraron a los hombres del famoso guerrero.
Cuando llegaron a sus tierras se casaron y vivieron
juntos como marido y mujer. Pero algo cambió en el temperamento de Copahue,
pues ya no estaba deseoso por ir a la guerra y derramar sangre enemiga.
Poco a poco, el descontento de su propio pueblo fue
aumentando. La tribu de Chillimapu había entrado en su territorio y lo
desafiaban a pelear, pues decían que Copahue había perdido su antigua fuerza.
El viejo cacique había encontrado el amor y ya no
sentía deseos de pelear, pero fue tanta la insistencia de su pueblo que le
presentó batalla al enemigo. Murió con honor y como lo hubiera hecho un buen
guerrero, murió en el campo de batalla.
Pirepillán no podía creer la noticia, cuando la
recibió en su propia casa, mientras abrazaba a la hija que había tenido con
Copahue.
La gente comenzó a culparla por la derrota y por la
muerte de su gran héroe. El odio se abrió paso como un alud en la montaña y una
noche la fueron a buscar a su tienda.
La arrastraron de los sedosos y brillantes
cabellos, dispuestos a matarla. El Hada de la Nieve, quien después de tanto
tiempo ya casi no tenía magia, gritó el nombre de la única persona que podía
ayudarla:
¡Copahue!
Los hombres que la habían secuestrado se asustaron
y le clavaron sus puñales, para luego salir corriendo despavoridos, presas del
pánico por lo que habían hecho.
La sangre de Pirepillán pronto se volvió
transparente y se transformó en el agua sanadora que hoy recibe el nombre de
Termas de Copahue.
La presente versión de esta leyenda mapuche me fue
relatada por un anciano, descendiente directo de una machi, que se dedicaba a
enseñar el idioma mapuche a quien quisiera oírlo.
Autor Desconocido
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