Y ahí iba Pedro, masajeando el pectoral izquierdo mientras
paseaba acompañado por su mundo virtual de pensamientos, creencias y
verdades aprendidas en un diálogo imparable solo detenido por su decisión
consciente.
Pedro, mi amigo gurú de gimnasio, suele ser el consejero al
que todos acuden en busca de ese norte que se escapa de la brújula personal.
Llegando a unos de los codos de su propia vida se encontró
con La Ilusión disfrazada de Sabio Todoconocedor y decidió acompañar su viaje
por alguien que le hiciera más liviana la mochila.
Con sus altibajos compartían impresiones sobre las escenas
cotidianas.
En cierta ocasión caminaban por el arbolado San Isidro
cuando vieron ante ellos a un joven corredor inclinado en el cordón de la
vereda tratando de recoger algo.
Pedro le preguntó a La Ilusión, que para entonces ya lo
acompañaba sin descanso:
“Qué le pasa al chico, busca algo?”
“Sí, claramente, está buscando su porción de Verdad,”
respondió La Ilusión.
“¿Y qué piensas de esa búsqueda?”, repreguntó Pedro
provocando a La Ilusión.
“Haré mi parte permitiendo que aquello que encuentre lo haga
una creencia religiosa que guíe su vida”, respondió La Ilusión.
Mientras Pedro terminaba el relato de su epifanía desde el
caminador de la derecha, cambié la inclinación de la cinta y me quedé pensando
que una creencia religiosa es como un poste indicador que señala el camino
hacia la Verdad.
Pero cuando la gente, obstinadamente se adhiere al poste se
ve impedida de avanzar hacia la Verdad, puesto que tienen la sensación de que
ya la poseen.
Cada uno posee solo una porción de la verdad, un aspecto o
versión que nos permite ordenar el mundo interno y la relación con el mundo
externo y los demás.
Pero cuando esa creencia que se vive como verdad tiñe cada
una de las percepciones hemos construido nuestra propia prisión conceptual.
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