Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser
diestro en el dibujo.
El rey le pidió que dibujara un cangrejo.
Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa
con doce servidores.
Pasaron cinco años y el dibujo aún no estaba empezado.
“Necesito otros cinco años”, dijo Chuang Tzu.
El rey se los concedió.
Transcurridos los diez años, Chuang Tzu tomó el pincel y, en
un instante, con un solo gesto, dibujó un cangrejo, el cangrejo más perfecto
que jamás se hubiera visto.
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