Seguramente que alcanzar cierta edad, como cualquier otro cambio importante, puede hacer que se revelen algunos problemas que antes estaban en un segundo plano o que aún no se habían manifestado.
El paso del tiempo nos obliga a replantearnos las
cosas y lógicamente no tenemos siempre todas las respuestas.
Una clave muy importante que ayuda a resolver los problemas con los que la vida nos va enfrentando es el autoconocimiento. Conocerse mejor a uno mismo tiene el mismo efecto que estudiar el nuevo teléfono celular o móvil que nos compramos. Lógicamente nadie quiere perder mucho tiempo leyendo el manual o revisándolo a fondo y probando todas sus funciones. Preferimos empezar a usarlo inmediatamente. Pero entonces las operaciones más sencillas nos pueden salir mal y tal vez lleguemos a pensar que no funciona bien, que no sirve, que el teléfono viejo era mucho mejor. Pero es sólo que todavía no lo conocemos bien, que no lo hemos estudiado lo suficiente. Del mismo modo a veces no sabemos resolver nuestros propios problemas porque sabemos poco acerca de la manera en que “funcionamos”.
Pero,
¿cómo es posible que no nos conozcamos a nosotros mismos si ya pasamos los 30,
los 40 o los 50 años? Bueno, es que tal vez nunca nos pusimos a revisar ciertos
aspectos esenciales de nuestro mundo interno. Nadie nos dijo que debíamos
hacerlo y tampoco es una tarea agradable. Rara vez tenemos la vocación de
aprender acerca de nosotros mismos. Normalmente preferiríamos que las cosas
funcionen bien en nuestras vidas de una manera “automática”, sin tener que
hacer el esfuerzo de observarnos y aprender cómo funciona nuestra mente. Lo
único que a veces parece obligarnos a recorrer el camino del autoconocimiento es
el dolor, al menos fue lo que me impulsó a mí: el anhelo de sentirme bien.
Para
llegar a conocerse, como para alcanzar cualquier otra meta, lo más importante
es realmente querer lograrlo. Casi cualquier camino puede recorrerse de manera
que mientras avanzamos aprendamos a conocernos, porque en realidad todo el
proceso depende más de nuestra atención y de nuestra actitud que de la
actividad a la que nos estemos dedicando. La práctica de la meditación, la
terapia psicoanalítica o ejercitarnos en alguna disciplina artística son
caminos perfectamente válidos, siempre que estemos atentos a nuestros
pensamientos y emociones de una manera objetiva, libre y creativa.
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