Nací
a mediados del siglo XX.
Me
crié con las utopías del Flower Power, y las hazañas del Che.
Paz
y Amor, Justicia e Igualdad.
Me
enseñaron a no mentir.
Y
así lo hice.
Y
ví con impotencia que aquellos que mentían la pasaban mejor que yo.
Y
me mintió mi primer amor, y los políticos que prometieron un país mejor.
Y
hasta me mintieron aquellos mismos que me enseñaron a no mentir.
Me
enseñaron a trabajar para ganarme la vida.
Y
así lo hice.
Siempre
me he ganado el pan con el sudor de mi frente.
Y
siempre ha habido otros que vivieron del trabajo ajeno, de la especulación, de
la estafa.
Me
enseñaron a ahorrar.
Y
la primera vez que ahorré, con mucho esfuerzo y privaciones, ví con horror cómo
le tachaban tres ceros a la cifra que lucía mi Libreta de Ahorros.
Y
lo poco que quedó, créanme, no pude retirarlo porque el Correo Argentino se lo
quedó para cubrir gastos.
Me
enseñaron a estudiar, a capacitarme, a hacer méritos para “ganarme un lugar en
la vida”.
Y
así lo hice.
Y
hoy veo a otros ocupando puestos de trabajo por herencia, acomodo, o falta de
escrúpulos.
Me
enseñaron a no gastar más de lo que gano, a no endeudarme.
Y
ayer nomás me dijeron que no califico para un préstamo bancario porque no tengo
tarjeta de crédito.
Sinceridad,
Honestidad, Laboriosidad, Esfuerzo, Orden.
Hoy,
en los albores del siglo XXI, ¿dónde quedaron esos valores?
Tal
vez si mintiera un poco…, o si especulara…., o si traicionara…., tal vez, sólo
tal vez sería más exitosa…
Y
sin embargo no puedo.
Sigo
aferrándome a mis antiguos valores, viejos y moribundos quizá.
Porque
no puedo obrar de otra manera.
Porque
traicionarlos sería traicionarme a mí misma.
Porque
ignorarlos sería ignorar mi esencia.
Porque
desoírlos sería desoír la voz de mi conciencia.
Miriam
O. Ziegler
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