Hidalgo
había nacido cuando Olivia disfrutaba de sus 32 años, y Maia dos añitos más
tarde.
Kalifornia
gozaba de siete años más que Olivia.
La
nueva infanta, Indi, emergería el 30 de diciembre de cierto año, puesto que el
tiempo no existe.
Indi
sería la última unidad del trío de peques que en el año 2050 salvaguardarían al
universo, a la naturaleza y al hombre.
Estando
todos en el hospital del pueblo, Indi, (ya habían resuelto apodarla así),
prorrumpe en una noche de luna llena.
A
los dos segundos de brotar, comenta:
-No
se trata de filosofía, la vida no es filosofía, filosofía es sólo una palabra y
la palabra no es la cosa, Pa.
Dijo
Indi,
-Ma
y Pa, les brindaremos bienestar espiritual, que es simplemente darse cuenta que
en el amor no hay lugar para los celos, vanidad, la inmodestia, el ego,
vergüenza, miedo, violencia y dolor; el amor no es eso, Pa, Ma, el amor es
libertad, Papito, Mamita.
-Gracias
por traerme al mundo.
Cuando
todos alcanzaron de nuevo la casa colmados de pureza cristalina, Olivia señala:
-y,
homenajeemos, querida familia, agasajemos a la vida que vino la nueva peque.
Y
los cinco se envolvieron y parecieron una unidad, un inseparable todo que
aguantaba todas las desgracias de la humanidad.
Kalifornia,
en un acto de delirio razonable, les pregunta a sus peques cómo sabían antes
que Olivia que Indi arribaría a la vida, y éstos cayeron al piso pataleando a
carcajadas, y Kalifornia no dedujo definitivamente nada, pero también sonrió.
Olivia
quedó vacilando.
-Pa,
nosotros sabemos todo.
Comentaron
los tres peques al unísono.
Y
en ese exacto segundo se disipan los nimbos, desaparece la lluvia, apareciendo
un sol naciente que, con su educada palabra áspera expresó:
-Ya
es hora que Kalifornia e Olivia, mientras puedan ver su luz interior, sepan la
verdad, peques, mis tres corazoncitos de oro.
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