En realidad, la mente no existe.
La mente es sólo una apariencia.
Y cuando profundizas en la mente,
desaparece.
Sólo existen los pensamientos
moviéndose a tanta velocidad que te hacen pensar y sentir que allí hay algo que
existe en todo momento.
Un pensamiento llega, otro
pensamiento llega, y otro y así sigue.
La separación es tan pequeña que no
puedes distinguir el espacio entre un pensamiento y otro.
De este modo, los pensamientos se
unen, se convierten en un continuo, y debido a esa continuidad crees que existe
la mente.
Existen pensamientos, pero no mente,
de la misma forma que existen electrones, no materia.
El pensamiento es el electrón de la
mente.
Es lo mismo que una multitud, ella
existe en cierto sentido y no existe en otro, sólo existen individuos.
Pero muchos individuos juntos dan la
sensación de una cosa diferente, independiente: una multitud.
Los pensamientos son como las nubes,
vienen y van, y tú eres el cielo.
Cuando deja de haber mente
inmediatamente te llega la percepción de que has dejado de estar inmerso en los
pensamientos.
Los pensamientos están ahí, pasando
a través tuyo como las nubes cruzan el cielo.
Los pensamientos pasan a través
tuyo, y son capaces de hacerlo porque tú eres un inmenso vacío.
La mente es la ausencia de tu
presencia.
Cuando te sientas en silencio,
cuando observas profundamente a la mente, la mente simplemente desaparece.
Quedan los pensamientos, existen,
pero no puedes encontrar a la mente.
Pero cuando la mente ha
desaparecido, puedes ver que los pensamientos no son tuyos.
Desde luego que vendrán y a veces se
quedarán un rato contigo, y luego desaparecerán.
Tú puedes convertirte en su lugar de
descanso, pero ellos no son creados por ti.
Ni un solo pensamiento surge de tu
ser, siempre proceden del exterior.
No te pertenecen, son sin hogar, sin
raíces, pero a veces descansan en ti, eso es todo.
Los pensamientos son como una nube
descansando sobre una colina.
Entonces se van por si mismos, no
has de hacer nada.
Si simplemente observas, sin juzgar,
criticar o comentar, obtienes el control.
OSHO
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