Todos los días, el maestro Zhang nos hacía subir
corriendo los cientos de escalones del Monte Wu Dang inmediatamente después de
la salida del sol. Mientras, él esperaba sentado en una piedra en la cima,
justo en la entrada del monasterio donde el resto del día pasaríamos entrenando
y meditando los secretos del arte Taoísta.
La visión de su silueta nos alegraba,
más por saber que ya se acercaba el final del recorrido que por el respeto que
le debíamos.
Cierto día, antes de regresar a casa,
me quise esforzar para llegar el primero, pero, al verme, dijo:
- ¡Subes muy
pesado! Baja y haz de nuevo el recorrido más ligero –
Sin poder creer lo que me
estaba pidiendo, sin embargo me di la vuelta y descendí hasta el valle para
comenzar otra vez el ascenso.
Con el alma a cuestas, jadeando, llegué por
segunda vez donde se encontraba.
– ¡Mucho mejor! – dijo sonriendo – Pero baja
de nuevo porque sigues muy pesado –
Mirándolo atónito, sin rechistar, bajé como
pude y subí otra vez hasta que, al cabo de un buen rato, llegué a la piedra
donde se encontraba y caí rendido a sus pies
– ¡Muy bien! – exclamó – Esta vez
lo has hecho muy bien
– Pero maestro – dije tirado en el suelo – Si he tardado
una eternidad y he subido la mayor parte del camino a cuatro patas, ¿cómo he
podido hacerlo ahora mejor que antes?
– Pues verás, hijo mío, porque la primera
vez subiste lleno de orgullo y, aunque fuiste el primero, tu ego pesaba
demasiado. La segunda vez, viendo el gran trabajo que tenías que hacer,
dosificaste tus fuerzas. Ya no querías llegar el primero, no tenías que ser
mejor que nadie, por eso tu ego no te distrajo demasiado. La última vez ha sido
la mejor porque has cambiado tu ego por esfuerzo y determinación. Esta vez no
ha habido orgullo, ni vanidad, ni interferencias, tan solo entrenamiento. Por
eso has subido más ligero, por eso ahora lo has hecho perfectamente. El ego
siempre pesa demasiado para tener que soportarlo y cargarlo a cada
instante."
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