De repente, todo
se vuelve tan simple, que asusta.
Perdemos las necesidades, se reduce el equipaje.
Las opiniones de los demás, son realmente de los demás, incluso si son sobre
nosotros; ya no importa.
Abandonamos las certezas, porque ya no estamos seguros de nada.
Y no nos hace falta.
Vivimos de acuerdo a lo que sentimos.
Dejamos de juzgar, porque ya no hay bien o mal,
sino más bien la vida que eligió cada uno.
Finalmente entendemos que todo lo que importa es
tener paz y tranquilidad, es vivir sin miedo, es hacer lo que alegra el corazón
en ese momento.
Y nada más.
Cuando descubrimos todo eso, es cuando llega la satisfacción
plena.
La verdadera felicidad…
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