El
joven Cheng vivía en una pequeña aldea a corta distancia del pueblo donde
trabajaba como aprendiz en la tienda de un próspero artesano. Todos los días,
para dirigirse a su trabajo, debía atravesar un arroyo salvado por un pequeño
puente y cuyo paso era obligado.
Cierto
día, mientras el joven Cheng se hallaba de regreso es interceptado al pie de
aquel puente por Samisha el más bravo y célebre de todos los samuráis y lo
desafía de este modo: -No volverás a cruzar este puente a menos que logres
enfrentarte a mi espada
El
atemorizado joven le ruega al aguerrido samurái que le permita consultar a su
Maestro antes de batirse en lucha con él. El Maestro luego de escuchar el relato
del joven Cheng le dice que nada puede hacerse al respecto ya que Samisha era
el más imbatible de todos los guerreros, y además el paso por aquel puente era
un tránsito obligado. Sin embargo el joven insiste en tomar algunas clases para
adquirir la destreza con la espada.
-Nada
podrás conseguir-, dice el Maestro, y aunque el más sabio te instruya en el
arte de la lucha, dado el breve tiempo del que dispones jamás podrás aventajar
a Samisha en el combate, debes aceptar tu destino.
Toma
esta espada, colócate frente a él blandiéndola en alto y muere al menos con
dignidad, nada tienes que temer ya que tu muerte es segura.
El
resignado joven viendo que no tenía escapatoria acepta su destino y decide
seguir las instrucciones de su Maestro. A medida que se acercaba al lugar
fijado para el combate, el joven podía divisar la figura del bravo samurái
equipado con la armadura y espada recortándose amenazante al pie del puente
donde lo estaba aguardando. Ya frente al bravo samurái y sin mediar palabra, el
joven Cheng desenvaina su espada empuñándola firmemente con ambas manos, separa
sus piernas buscando un apoyo firme, inclina la cabeza para recibir el filo
cortante, cierra sus ojos encomendándose a su destino y aguarda que el acero
frío y filoso finalmente descienda sobre su cabeza.
Luego
de algunos tensos segundos, inopinadamente, lejos de sentir el frío del acero,
oye el ruido metálico de la espada que es arrojada al puente. El samurái al ver
su decisión y firmeza le dijo:
-Jamás
en mi historia de guerrero he visto que alguien me enfrentara con semejante
valor. Y nadie es capaz de tanta serenidad en el combate a menos que sea
decididamente el más diestro. Tú eres el
más bravo guerrero que jamás haya conocido, de modo que no me enfrentaré
contigo. Puedes irte.
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