La muerte tocó la puerta y la pequeña Miranda fue quién abrió.
-¿Dónde está tu madre?-preguntó la muerte, con su vestido negro, su cabello rojo y sus pupilas de fuego gris.
La niña ya la conocía.
La había visto dos meses atrás, el día que su abuela ya no se levantó.
-Sígueme- dijo la pequeña Miranda.
Caminaron hasta el fondo del pasillo y llegaron a una puerta, la cual, la niña abrió para demostrar sus modales.
Adentro estaba completamente oscuro.
Las cortinas cerradas y el tragaluz bloqueado le robaban los colores al cuarto.
-Gracias-, dijo la muerte con su voz ronca y sensual.
Entró, y salió un minuto después, con un corazón en una bolsa hecha de tela.
Cuando la muerte se fue, la pequeña Miranda fue a la cocina, llegando en el momento exacto en el que una mujer con el rostro golpeado y amoratado se lanzaba desde una silla.
Sin embargo, la cuerda en su cuello, por alguna razón inexplicable, se rompió como si fuera de hule.
-Mamá-, murmuró la pequeña y la mujer volteó inmediatamente.
Lloró avergonzada y abrazó a su hija como nunca antes.
-Mami, ¿juegas conmigo a la pelota?-
-No puedo Miranda, debo cocinar para cuando tu padre se despierte.-
-Yo no me preocuparía por eso. No creo que se levante- dijo la pequeña antes de ir a buscar su pelota.
Santiago Pedraza
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