Tras nuestra
fachada del canchero impenetrable, indestructible y autosuficiente, se esconde
un niño que no tuvo más remedio que hacerse cargo de sí mismo para sobrevivir,
y construyó murallas, para no ser herido.
Tal vez, ya
es tiempo de sacarnos armaduras y entender de una vez por todas que pedir, y
recibir , son un acto de profunda madurez y abundancia.
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