Al desgano conviene matarlo de chiquito, porque si se lo deja crecer se le adueña del rancho, y dispués pa sacarlo te quiero ver escopeta.
Pa pior es pastoso y se va ganando por los rincones, y cuando uno quiere acordar le va empañando los vidrios de las ventanas y no lo deja ver pa fuera.
A un tal Peripecio Pilín se le apareció el desgano de atrás de un árbol, pa un mediodía caluroso, porque el desgano se da mucho con la calor.
De un saludito se le trepó al anca del caballo y se dejó llevar. Es lo que tiene, le gusta dejarse llevar.
Peripecio no le hizo mucho caso, porque era un desgano chiquito, como quien dice un pichón de desgano.
Cuando llegó a su rancho dentró y atrás el desgano, arrastrando los pieses.
El hombre no le hizo caso, pero cuando quiso acordar, en un descuido, el desgano se le sentó en el banquito de tomar mate. Estuvo a punto de volarlo de un moquete, pero lo pensó un momento y se le fueron las ganas.
Otro de los peligros del desgano es que es mimoso.
Se acercó a los pieses del hombre, le lambetió las alpargatas, y se le fue trepando, silencioso, acariciante, medio pegote. Peripecio lo estuvo por bajar de un manotón, pero se quedó en el amague porque se le fueron las ganas.
Cuando quiso acordar, el desgano lo estaba empujando pal catre.
No era hora, pero, por no tener cuestiones, se dejó arrastrar.
Al otro día estaba incapacitau de levantarse y el desgano le pintó el rancho de gris, se lo forró de corcho pa que no escuchara el canto de los pájaros, y le empañó los vidrios de las ventanas pa que no viera pa fuera.
Pero el desgano también tuvo su momento de descuido.
A Peripecio se le aclaró un instante la mollera, y se dió cuenta que tenía que luchar contra el desgano.
Apenitas si le quedaba una pizca de voluntá, porque el resto se la había ido devorando el desgano que cada día se ponía más gordo.
Otra cosa que tiene el desgano: es de fácil engorde.
¡Es de goloso...!
Diga que el hombre se prendió al pedacito de voluntá que le quedaba, salió pa fuera a los tumbos, lo encandiló la luz del día, agarró un hacha y se puso a cortar leña con furia.
A cada hachazo pegaba un grito pa darse coraje, y con tanto grito el desgano se retorcía, se revolcaba, hasta quedar hecho una porquería, y salía haciendo muecas de dolor y de rabia.
Después Peripecio les fue a avisar a los vecinos, pa que se cuidaran de un desgano que andaba rondando por el pago, pa que no se les fuera a meter en los ranchos, y de ser posible, que lo mataran de chiquito.
Julio César Castro
(Juceca)
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